Hablar bien no es hablar con elocuencia, ni siquiera con facilidad. De ordinario, el que habla fácilmente tiene pocas cosas que decir. Es que su pensamiento no le ofrece resistencia y lo viste con trajes confeccionados. Hablar bien no es hablar con fluidez sino hablar con precisión. Puede titubearse cuando el titubeo obedece al deseo de ser fiel a los hechos y a las ideas. Habla bien [...] el que actúa como árbitro entre su pensamiento y su expresión. Hay que habituar a nuestros alumnos, cuando hablan, a ser serveros consigo mismos, a dudar, a tantear, en lugar de decir cualquier cosa.
De un memorándum ministerial frances acerca de la educación (1976)
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