miércoles, 4 de abril de 2018
El amor interno
La vida de Juan se ceñía a sus rutinas. Ni más ni menos. De figura pálida e inmóvil, de ojos vagamente serenos, trabajaba con dedicación hasta las seis en punto, hora en la que soltaba lo que tuviese entre manos y salía por la puerta con un leve adiós. Ya fuera de la oficina, la sucesión de sus quehaceres dejaba poco espacio para los imprevistos. En realidad, Juan no podía con la novedad, con la sorpresa y, por encima de todo, con el azar. Se trataba de un individuo neutro, ni dichoso ni desdichado, reacio a cualquier cambio. Su apatía contaba, curiosamente, con un poderoso contrapeso: la lectura simultánea de varios libros. En ellos tenía a su disposición enormes espacios abiertos, emociones ajenas que bullían como íntimas revelaciones e ideas y conceptos con los que se proyectaba más allá de sus propias fronteras. Llegado a este punto, se habrá observado que Juan se mantenía en un riguroso segundo plano. No debe extrañarnos, por lo tanto, que María, al confesarle su amor (tres te amo en menos de dos minutos), sacudiese sus cimientos. La actitud distante y huidiza de Juan pronto desalentaron a la mujer. Lo que María nunca sabría es que Juan, en su fuero interno, había accedido plenamente y que su relación con ella, neutra e imaginaria, duraría treinta años, hasta su propia y discreta muerte.
miércoles, 14 de febrero de 2018
SOY
Desaparecí sin que os dieseis cuenta. Aunque estaba junto a vosotros, en el mismo sitio, los 12 os lanzasteis en mi búsqueda, a tientas. Me llamabais sin cesar, cada vez más alterados, yendo y viniendo sin orden ni concierto. Yo seguía sin responder, sorprendido con la extraña autonomía que comenzaba a experimentar. Era consciente de que mi ausencia os dejaba incompletos; que llevábamos tanto tiempo siendo “nosotros”, que mi desaparición anulaba, en cierto modo, la identidad compartida que habíamos ido desarrollando.
Me alejé sin hacer ruido, con las manos extendidas hacia delante. Pronto dejé de oír vuestras voces; sólo escuchaba los pájaros, el rumor de un río, mis pisadas. Entonces susurré la palabra prohibida, soy, y me poseyó una fuerza única. Abrí los ojos. Me encontraba en una senda que se deslizaba entre los árboles. Crucé el río por un angosto puente de tablas.
Soy, repetí deslumbrada.
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