Desaparecí sin que os dieseis cuenta. Aunque estaba junto a vosotros, en el mismo sitio, los 12 os lanzasteis en mi búsqueda, a tientas. Me llamabais sin cesar, cada vez más alterados, yendo y viniendo sin orden ni concierto. Yo seguía sin responder, sorprendido con la extraña autonomía que comenzaba a experimentar. Era consciente de que mi ausencia os dejaba incompletos; que llevábamos tanto tiempo siendo “nosotros”, que mi desaparición anulaba, en cierto modo, la identidad compartida que habíamos ido desarrollando.
Me alejé sin hacer ruido, con las manos extendidas hacia delante. Pronto dejé de oír vuestras voces; sólo escuchaba los pájaros, el rumor de un río, mis pisadas. Entonces susurré la palabra prohibida, soy, y me poseyó una fuerza única. Abrí los ojos. Me encontraba en una senda que se deslizaba entre los árboles. Crucé el río por un angosto puente de tablas.
Soy, repetí deslumbrada.
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