El documental nos sumerge en la confusa vitalidad de Jerusalén, en las abigarradas calles de los campos de refugiados, tratando de mostrar cierta equidistancia, inclinándose ligeramente (ojo, en mi opinión) del lado palestino, quizá por la vulnerabilidad que acarrea pertenecer a ese bando. El recuerdo de las víctimas, en un contexto que traería muchas más, resulta emocionante. Los pequeños destellos de amistad que surgen en los encuentros de los niños de uno y otro bando hacen que se nos humedezcan los ojos y que pensemos algo que, aunque nos repitan lo contrario, es cierto: es posible un mundo mejor.
Enlace del documental:
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