Quién puede dudar de que
vivimos en un mundo hechizado en el sentido más estricto de la palabra. Una
gran mayoría, espoleada una catarata de publicidad insaciable, por la
propaganda política más simplista, por la manipulación mediática, difundidas durante
años, sin interrupción, hemos ido
perdiendo la perspectiva, hemos ido alejándonos los unos de los otros, por el
solitario camino del individualismo, condenados a ejecutar los patrones establecidos
sin cuestionarnos nada, absortos en nuestras vidas. Sólo la crisis económica
reinante nos ha permitido apartar levemente la vista de los televisores, pero
lo hemos hecho todavía hechizados, todavía
confusos, todavía profundamente sumisos y obedientes. Nuestros argumentos están, todavía hoy,
invadidos por la confusión que nos han inyectado. Nuestras ideas, sueños y
necesidad están, todavía hoy, saturados por mensajes programados, por ideas
precocinadas en los talleres del consumo, de la política al servicio de lo
superficial. El tam-tam de la
incoherencia retumba en todos nuestros hogares. Ni siquiera somos capaces de
bajar el volumen de tanta basura. Somos los hechizados, aferrados a nuestros
teléfonos, caminando con pasos mecánicos, deambulando como sonámbulos bajo las
fórmulas destinadas a mantenerlos en estado de alienación constante.