Sigo la línea blanca con buen ánimo. No
recuerdo cuánto tiempo llevo sobre ella. Tampoco me planteo adónde me lleva. Camino
concentrado, pendiente de no plantar los pies fuera; si lo hiciese, no sabría
cómo perdonarme.
He divisado varias casas, aisladas, siempre en
la distancia, pero nunca llegué a cruzarme
con nadie.
La línea es una buena compañera; me provee de agua
fresca de manantiales que dejan de
brotar en cuanto me sacio o del único fruto de unos árboles que surgen al
alcance de mi mano en cuanto me llama el hambre.
Esta camaradería se ha ido estrechando y desde
hace un tiempo la línea también está dentro de mi cabeza; hasta ahora, pues, para
mi sorpresa, acaba de terminar en mitad de un páramo; sin su trazo me siento abandonado y carente
de determinación.
Quizá
debería desandarla, hacer
a la inversa el camino recorrido hasta ahora.
Imposible: ¡la línea también se ha esfumado a
mis espaldas! El único trazo que se mantiene está bajo mis pies.
Me he transformado en una especie de naufrago
plantado en una roca que asoma un palmo sobre un mar innavegable. Porque adónde
voy a ir yo solo si la línea me trajo hasta aquí casi en brazos, entretenimiento
mi imaginación y dándome de comer de la mano.
Me
despierto de un brinco: Amanece.
La línea ha reaparecido, transformada; ahora
es discontinua, con un metro de distancia entre los tramos. No me importa y voy
saltando entre los trazos, dominado por cierta euforia.
No tarda en entrar en mí, en formar parte de
mi ser de nuevo. Profunda y discontinua. Como yo en este mismo momento hasta
que me percato de que los tramos se han ido distanciando por delante y por
detrás, y aunque dudo que consiga llegar hasta el siguiente, lo intento a la
desesperada, y caigo fuera, y permanezco inmóvil, y tembloroso: la culpa pesa; ahora
sé que debería haber tenido más paciencia: ¿acaso la línea no me proveía?
Despierto con las primeras luces.
La línea ha vuelto, pero ya no es línea; ésta
se expandió sobre el páramo en todas direcciones: todo él ahora es blanco.
Trato de asimilar semejante exceso.
Imposible. La línea ha abandonado su verdad; ya no revela un rumbo; en realidad,
lo oculta; incluso lo pierde. No sé adónde dirigirme; ninguna dirección es absolutamente
verdadera. Sé tú la línea entonces,
me digo; asume su rol, sobre el papel en
blanco en que se ha transformado; ve adónde quieras con paso firme. De ella aprendiste
mucho y no necesitas más. Discurre oscuro para diferenciarte, aleja tu curso de
las casas aisladas y presta atención a todo aquel que, como tú en su día,
decida seguir tú trazado.
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