Siempre le gustó estar rodeada por los brazos de la genialidad, empezando por los de Arthur Miller, su marido, y, cómo no, por los suyos propios. En busca del rastro vital e intelectual de Picasso y Buñuel conoció España. De hecho, para ella las culturas madre, desde que se desarrollan los demás, eran la china, la rusa y la española. Siempre tomo la cámara como una ofrenda que compartir. Nunca molestaba, nunca agredía. Lo más importante era el respeto hacia el otro: fuese rico o pobre; blanco o negro. Su cámara se posaba a la altura de la mirada, ajena a los ángulos del dramatismo, de dolor gratuito. La dignidad siempre fue lo primero. Sin dignidad su trabajo hubiese carecido de sentido. Respetaba a la vida y la ensalzaba con su blanco y negro. La belleza más sencilla. La belleza más verdadera.
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