viernes, 23 de marzo de 2012

Goya y Saturno devorando a sus hijos

El tiempo lo devora todo.  También devoró a Goya, aunque muchas de sus pinturas, y entra estas, algunas muestras de sus más descarnadas obsesiones,  sigan entre nosotros. Sólo un profundo desencanto pudo conducirle a pelearse con el mundo de aquella manera. Lo hizo en las paredes de la Quinta del Sordo. Una caída a los sótanos del pensamiento, de la mano, en este caso, de  Saturno, un Dios atroz, el Dios del tiempo, el azote de cada vida. Todos estamos hechos del polvo de la estrellas. Todos somos hijos del tiempo. El presente es una excepción luminosa que se nos escapa de las manos, que nos ciega con su luz cegadora. Saturno nunca mira hacia atrás. Nosotros sí. Por eso nuestra marcha se ralentiza constantemente. Por eso la melancolía  pesa tanto en el ahora. Lo que fue fue y el problema es que lo que es, lo que está pasando, se nos escapa de las manos. Y en ese (en realidad, en este) instante mágico, en el presente puro, nos solemos aletargar en el adormecido día a día, saturado con las  repeticiones del ayer.  Todos somos un poco Saturno. Todos somos un poco Goya.   


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