Erik Satie compuso Vejaciones en 1893. Se trata una obra breve - de apenas un minuto y medio - y tremendamente enigmática en su planteamiento: según su autor, debía de ser tocada 840 veces seguidas. Para este fin, Satie dio una serie de consejos: “Prepararse de antemano, en el más absoluto silencio, en la inmovilidad más grave. “ Se trataba de una suerte de viaje interior, una caída en las profundidades, un oscuro ritual artístico que rompía toda lógica.
Satie nunca publicó Vejaciones. Esta obra y su concepto no eran de su tiempo. Quizá, en realidad, no lo sean de ninguno. Este tipo de extravagancias no tienen por qué serlo. O sí. Durante el siglo XX, sin embargo, el arte - al igual que el hombre – rompió con el pasado. La fiebre de la búsqueda permanente, del ansia por el cambio, e incluso, de la caída en los extremismos, impulsaron toda suerte de tendencias.
Sólo entonces, Vejaciones encontró su lugar.
Fue ejecutada completa, y por primera vez, - esto es, repitiéndose 840 veces - en un maratón pianístico por John Cage, David Tudor, Christian Wolff, Philip Corner, Viola Farber, Robert Wood, MacRae Cook, John Cale, David Del Tredici, James Tenney y Howard Klein. Corría el año 1963. El precio de la entrada era de 5 dólares. La organización decidió reembolsar un centavo de dólar a cada espectador por cada veinte minutos de permanencia. De esta manera "la gente va a entender que cuánto más arte se consume, menos debe de costar".
La obra duró 18 horas. 18 horas escuchando la misma melodía; aunque, en realidad, nunca era exactamente la misma. La obra respiraría durante ese tiempo a través de los pianistas, sufriendo innumerables y sutiles variaciones, transformándose de forma casi imperceptible.
Un viaje, en definitiva, a las sutilidades del alma.
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