viernes, 30 de diciembre de 2011

Mesalina


La leyenda de Mesalina (25 d.C. – 48 d.C.), esposa del emperador romano Claudio, fue tal que tras su ejecución, su mismo nombre adquirió un nuevo significado; según el diccionario de la Real Academia española: Mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas.  Extremadamente hermosa, hacía uso de su belleza para conquistar senadores, militares y cualquier hombre que pudiera servir a sus propósitos.  Su ambición fue tal, que no dudo en deshacerse de aquellos que consideraba una amenaza. Sus intrigas, perversiones y asesinatos parecían no tener freno. 


El emperador, profundamente enamorado, desconocía los excesos de su querida esposa, a la que permitía cualquier capricho. Al caer la noche, la Emperatriz abandonaba el palacio disfrazada y se dirigía al peligroso barrio de Suburra, para ejercer la prostitución en un aposento bajo el pseudónimo  de Lysisca. Favorita de sus clientes, que desconocían su verdadera identidad, al no exigir juventud o apariencia. Su único requisito era la potencia viril. Su apetito carnal creció hasta tal punto que lanzó un reto a las demás prostitutas, entre ellas, a Escila, la más famosa de Roma. El desafío consistía en saber quién sería capaz de satisfacer más hombres en un solo día. El maratón sexual comenzó por la noche. Después de ser poseída por 25 hombres, Escila se rindió y Mesalina salió victoriosa, pues superó la cifra al llegar al amanecer y seguir compitiendo. Según se dice, aun después de haber atendido a 70 hombres no se sentía satisfecha, llegando hasta la cifra increíble de 200 hombres. Poco después, estando el Emperador en Ostia, Mesalina decidió casarse con Silio, uno de sus amantes. Parece ser que los esposos había planeado una conspiración para usurpar el trono. El emperador recibió la noticia del enlace, así de que éste había sido presenciado por el pueblo, el Senado y el ejército. Si no regresaba pronto habría un nuevo emperador en Roma. Mesalina pensó que Claudio no se atrevería a castigar a la mujer que tanto amaba, pero lo hizo: dictó sentencia de muerte sin que ella estuviera presente. Sabía que, de haberlo estado, ella hubiese sabido cómo  utilizar su belleza para convencerle. Mesalina murió atravesada por una espada en los hermosos jardines de Lúculo. Tenía 24 años.


jueves, 29 de diciembre de 2011

Palabra de Goethe - El utilitarismo



Al hombre le resulta natural verse a sí mismo como meta de toda la Creación, así como ver a las demás cosas únicamente en función de uno mismo, en la medida en que le sirvan y le sean útiles. El hombre se apodera del mundo vegetal y animal y, al mismo tiempo que engulle a otras criaturas como idóneo alimento, reconoce a su dios y alaba la bondad por haberle procurado tan paternalmente su propio provecho. A la vaca le arrebata la leche; a la abeja, la miel; a la oveja, la lana; y, al dar un fin útil a todas las cosas, llega incluso a creer que han sido específicamente creadas para ese fin. En efecto, no puede concebir que una humilde brizna de hierba no haya crecido sólo para él, y aunque de momento no haya acertado a reconocerle su utilidad, no deja de creer que algún día ésta le será revelada.

Conversaciones con Goethe - J.P. Eckermann. Ed. Acantilado. 

miércoles, 28 de diciembre de 2011

La pasión de Camille Claudel


De niña no jugaba con juguetes; jugaba con barro. Sus manos infantiles esculpieron a quien se prestaba a ello. Ya mujer, fue musa de Rodin. También fue su amante. No más.  Rodin estaba fuertemente unido a otra mujer. Una de las obras más importantes de Camille reflejará dicha situación:  L'Âge Mûr. 



En esta escultura Camille, arrodillada e implorante, dirige sus manos hacia Rodin, que le da la espalda mientras una mujer mitad ángel mitad bruja (que representa a Rose Beuret) se lo lleva. Rota de desamor cae en brazos del compositor Claude Debussy, también unido a otra mujer. En ese momento sus obras empiezan a tener cierto éxito, pero  Camille está definitivamente rota de desamor y se derrumba.



Su taller será su refugio.  Sola, profundamente sola, verá como su madre y su hermana tratán ingresarla en un psiquiátrico. Su padre lo impide una y otra vez hasta que éste muere en 1913. El 10 de marzo de aquel mismo año, con el cuerpo aún caliente del padre en la tumba, internan a Camille en un sanatorio, del que, a pesar de su recuperación y sus lúcidos y desgarrados ruegos a su hermano Paul, nunca saldrá.  Le quedaban todavía 30 años por delante. La familia prohibió que recibiera visitas. Salvo su hermano Paul, alguna que otra vez, nadie fue nunca a  verla. Falleció en 1943. La sepultaron en una tumba sin nombre, con los números 1943 -n392, en el pequeño cementerio de la institución mental. Tras la muerte del hermano en 1955 se levantó el veto que existía en la familia acerca de Camille y los descendientes quisieron dar una tumba digna a Camille Claudel. Escribieron a Montdevergues solicitando la ubicación exacta de la tumba y la exhumación para su traslado. La institución les contestó que la tumba había desaparecido, ya que la institución había necesitado una serie de ampliaciones y se habían utilizado los terrenos del pequeño cementerio donde se enterraba a los pacientes olvidados por sus familias.


En palabras de Eduardo Galeano: "Casi medio siglo después de su muerte, sus obras renacieron y viajaron y asombraron: bronce que baila, mármol que llora, piedra que ama. En Tokio, los ciegos pidieron permiso para palpar las esculturas. Pudieron tocarlas. Dijeron que las esculturas respiraban."


martes, 27 de diciembre de 2011

El hombre que plantaba árboles

TÍTULO ORIGINAL: L'homme qui plantait des arbres
AÑO: 1987

DURACIÓN: 30 min.

PAÍS: Canada
DIRECTOR: Frédéric Back
GUIÓN:  Jean Giono



El hombre es el peor enemigo del hombre; y no sólo eso: es el peor enemigo de la Naturaleza. Como el hombre forma parte de la ésta, el círculo se cierra doblemente. Durante el transcurso de "El hombre que plantaba árboles"  decenas de millones de seres humanos morirán a manos de sus iguales. Pero no lo veremos. Estaremos en las montañas, junto al protagonista, lejos de las naciones, del dinero, del temor a los demás. Estaremos entre árboles, viéndolos crecer, en silencio, como verdaderos hombres libres.

Aunque la técnica y el dibujo no terminen de gustarme, la historia y el mensaje, además de bellos, son lo más positivo - y sereno - que uno puede esperar. Un abrazo a nuestros sentimientos.  El hombre transformado en el mejor amigo del hombre. Y de la Naturaleza.

Un ejemplo imaginario. Allí dónde palpita la esperanza.


lunes, 26 de diciembre de 2011

La gran regresión


Ignacio Ramonet

Está claro que no existe, en el seno de la Unión Europea (UE), ninguna voluntad política de plantarle cara a los mercados y resolver la crisis. Hasta ahora se había atribuido la lamentable actuación de los dirigentes europeos a su desmesurada incompetencia. Pero esta explicación (justa) no basta, sobre todo después de los recientes “golpes de Estado financieros” que han puesto fin, en Grecia y en Italia, a cierta concepción de la democracia. Es obvio que no se trata sólo de mediocridad y de incompetencia, sino de complicidad activa con los mercados.
¿A qué llamamos “mercados”? A ese conjunto de bancos de inversión, compañías de seguros, fondos de pensión y fondos especulativos (hedge funds) que compran y venden esencialmente cuatro tipos de activos: divisas, acciones, bonos de los Estados y productos derivados. 
Para tener una idea de su colosal fuerza basta comparar dos cifras: cada año, la economía real (empresas de bienes y de servicios) crea, en todo el mundo, una riqueza (PIB) estimada en unos 45 billones (1) de euros. Mientras que, en el mismo tiempo, a escala planetaria, en la esfera financiera, los “mercados” mueven capitales por un valor de 3.450 billones de euros. O sea, setenta y cinco veces lo que produce la economía real...
Consecuencia: ninguna economía nacional, por poderosa que sea (Italia es la octava economía mundial), puede resistir los asaltos de los mercados cuando éstos deciden atacarla de forma coordinada, como lo están haciendo desde hace más de un año contra los países europeos despectivamente calificados de PIIGS (cerdos, en inglés): Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España.
Lo peor es que, contrariamente a lo que podría pensarse, esos “mercados” no son únicamente fuerzas exóticas venidas de algún horizonte lejano a agredir nuestras gentiles economías locales. No. En su mayoría, los “atacantes” son nuestros propios bancos europeos (esos mismos que, con nuestro dinero, los Estados de la UE salvaron en 2008). Para decirlo de otra manera, no son sólo fondos estadounidenses, chinos, japoneses o árabes los que están atacando masivamente a algunos países de la zona euro. 
Se trata, esencialmente, de una agresión desde dentro, venida del interior. Dirigida por los propios bancos europeos, las compañías europeas de seguros, los fondos especulativos europeos, los fondos europeos de pensiones, los establecimientos financieros europeos que administran los ahorros de los europeos. Ellos son quienes poseen la parte principal de la deuda soberana europea (2). Y quienes, para defender –en teoría– los intereses de sus clientes, especulan y hacen aumentar los tipos de interés que pagan los Estados por endeudarse, hasta llevar a varios de éstos (Irlanda, Portugal, Grecia) al borde de la quiebra. Con el consiguiente castigo para los ciudadanos que deben soportar las medidas de austeridad y los brutales ajustes decididos por los gobiernos europeos para calmar a los “mercados” buitres, o sea a sus propios bancos...
Estos establecimientos, por lo demás, consiguen fácilmente dinero del Banco Central Europeo al 1,25% de interés, y se lo prestan a países como, por ejemplo, España o Italia, al 6,5%... De ahí la importancia desmesurada y escandalosa de las tres grandes agencias de calificación (Fitch Ratings, Moody’s y Standard & Poor’s) pues de la nota de confianza que atribuyen a un país (3) depende el tipo de interés que pagará éste por obtener un crédito de los mercados. Cuanto más baja la nota, más alto el tipo de interés.
Estas agencias no sólo suelen equivocarse, en particular en su opinión sobre las subprimes que dieron origen a la crisis actual, sino que, en un contexto como el de hoy, representan un papel execrable y perverso. Como es obvio que todo plan de austeridad, de recortes y ajustes en el seno de la zona euro se traducirá en una caída del índice de crecimiento, las agencias de calificación se basan en ello para degradar la nota del país. Consecuencia: éste deberá dedicar más dinero al pago de su deuda. Dinero que tendrá que obtener recortando aún más sus presupuestos. Con lo cual la actividad económica se reducirá inevitablemente así como las perspectivas de crecimiento. Y entonces, de nuevo, las agencias degradarán su nota...
Este infernal ciclo de “economía de guerra” explica por qué la situación de Grecia se ha ido degradando tan drásticamente a medida que su gobierno multiplicaba los recortes e imponía una férrea austeridad. De nada ha servido el sacrificio de los ciudadanos. La deuda de Grecia ha bajado al nivel de los bonos basura. 
De ese modo los mercados han obtenido lo que querían: que sus propios representantes accedan directamente al poder sin tener que someterse a elecciones. Tanto Lucas Papademos, primer ministro de Grecia, como Mario Monti, Presidente del Consejo de Italia, son banqueros. Los dos, de una manera u otra, han trabajado para el banco estadounidense Goldman Sachs, especializado en colocar hombres suyos en los puestos de poder (4). Ambos son asimismo miembros de la Comisión Trilateral.
Estos tecnócratas deberán imponer, cueste lo que cueste socialmente, en el marco de una “democracia limitada”, las medidas (más privatizaciones, más recortes, más sacrificios) que los mercados exigen. Y que algunos dirigentes políticos no se han atrevido a tomar por temor a la impopularidad que ello supone.
La Unión Europea es el último territorio en el mundo en el que la brutalidad del capitalismo es ponderada por políticas de protección social. Eso que llamamos Estado de bienestar. Los mercados ya no lo toleran y lo quieren demoler. Esa es la misión estratégica de los tecnócratas que acceden a las riendas del gobierno merced a una nueva forma de toma de poder: el golpe de Estado financiero. Presentado además como compatible con la democracia...
Es poco probable que los tecnócratas de esta “era post-política” consigan resolver  la crisis (si su solución fuese técnica, ya se habría resuelto). ¿Qué pasará cuando los ciudadanos europeos constaten que sus sacrificios son vanos y que la recesión se prolonga? ¿Qué niveles de violencia alcanzará la protesta? ¿Cómo se mantendrá el orden en la economía, en las mentes y en las calles? ¿Se establecerá una triple alianza entre el poder económico, el poder mediático y el poder militar? ¿Se convertirán las democracias europeas en “democracias autoritarias”?


(1) Un billón = un millón de millones.
(2) En España, por ejemplo, el 45% de la deuda soberana lo poseen los propios bancos españoles, y los dos tercios del 55% restante, los detentan establecimientos financieros  del resto de la Unión Europea. Lo cual significa que el 77% de la deuda española ha sido adquirida por europeos, y que sólo el 23% restante se halla en manos de establecimientos extranjeros a la UE.
(3) La nota más elevada es AAA, que, a finales de noviembre pasado, sólo poseían en el mundo algunos países: Alemania, Australia, Austria, Canadá, Dinamarca, Francia, Finlandia, Países Bajos, Reino Unido, Suecia y Suiza. La nota de Estados Unidos ha sido degradada, en agosto pasado, a AA+. La de España es actualmente AA-, idéntica a la de Japón y China.
(4) En Estados Unidos, Goldman Sachs ya consiguió colocar, por ejemplo, a Robert Rubin como Secretario del Tesoro del Presidente Clinton, y a Henry Paulson en esa misma función en el gabinete de George W. Bush. El nuevo presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, fue también vicepresidente de Goldman Sachs para Europa de 2002 a 2005.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Los vuelos de la muerte

Reportaje "La confesión". 22/8/1996

La memoria de las 30.000 víctimas de la dictadura del general Videla mancha el nombre de Argentina, más de treinta años después de que se desatara la sangrienta represión militar. Uno de sus muchos ejecutores, el capitán de corbeta retirado Adolfo Scilingo confesaba  los crímenes de Estado que ejecutó, provocando un gran escándalo. Más tarde, se ofreció a esclarecer el destino de los españoles desaparecidos en Argentina. INFORME SEMANAL le entrevistó en la cárcel donde el militar permanecía confinado por estafa, mientras las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final impidían que fuese castigado por los asesinatos que cometió.

El horror no se castiga. O se hace, tras muchas dificultades, parcialmente. La lista de despotas, torturadores y soldados asesinos impunes parece no tener fin. No interesa. La opción del horror forma parte inherente de nuestro sistema.  Da igual la magnitud del crimen: todo se oculta y, de descubrirse, se puede bloquear cualquier intento de justicia. En terminos generales, el poder siempre ampara al terror que genera. El miedo está de su parte. La verdad, sin embargo, nunca. Pero, ¿qué vale la verdad en nuestro mundo? La vida de millones. O sea: casi nada.

jueves, 22 de diciembre de 2011

El péndulo de Foucault


Aunque nuestra mente (y junto a ella, nuestros Dioses) sea incapaz de abarcar la inmensidad del universo que nos envuelve en silencio y discreción, éste parece estar interconectado en su totalidad, siendo nuestro planeta (y con él, nosotros y nuestras mentes)  parte de dicha totalidad.  Cuando León Foucault realizó su experimento más celebrado en 1851 no sospechaba las implicaciones que conllevaría. Por aquel entonces no se contaba con la prueba experimental de que la tierra giraba sobre sí misma.   Ese era pues el objetivo del físico francés: demostrar la rotación de la tierra. Para ello, suspendió una bala de tamaño considerable de una cuerda de gran longitud que cuelgaba de la bóveda del Panteón de París (en la imagen de arriba).  El péndulo fue puesto en marca un día de primavera.  Foucault pronto se percató de que el plano de oscilación del péndulo no estaba fijo; esto es: la dirección de sus idas y venidas se iba desplazando, girando alrededor de un eje vertical. ¿Por qué motivo?   Foucault  se respondió de la siguiente manera: es la tierra quién gira mientras que el plano de oscilación del péndulo se mantiene.  Es, por lo tanto, una ilusión propiciada por nuestra escala (tanto física como mental). 
Entonces surge el verdadero enigma.  Si, como dije, la oscilación se mantiene inalterable respecto a qué punto fijo  ¿Dónde se encuentra dicha referencia inmóvil? La tierra gira alrededor del sol. El sol gira a su vez en uno de los brazos de la Vía Láctea. Ésta a su vez se desplaza a su vez hacia el centro del grupo local de galaxias, que a su vez es arrastrado hacia un grupo más vasto, que a su vez… etc… ¿Dónde se está pues dicha referencia?    
La conclusión derivada del experimento es que el péndulo se alinea con inmensas concentraciones celestres que se hallan en los confines del universo, indiferente con la presencia de los soles y galaxias más cercanos.  
Con este sencillo experimento somos capaces de intuir esta sorprendente interrelación del todo con el todo pues, de alguna manera, el movimiento del péndulo lo marca el universo en su conjunto. Como diría Teilhard de Chardin: “En cada partícula, en cada átomo, en cada molécula, en cada célula de materia viven escondidas y trabajan a espaldas de todos la omnisciencia de lo eterno y la omnipotencia de lo infinito”. 

miércoles, 21 de diciembre de 2011

El viejo y el mar

TÍTULO ORIGINAL: The Old Man and the Sea (Roujin to umi)
AÑO: 1999

DURACIÓN: 22 min.

PAÍS: Rusia
DIRECTOR: Aleksandr Petrov
GUIÓN:  Aleksandr Petrov (Novela: Ernest Hemingway)



Hemingway intentó crear “un viejo hombre real, un chico real, un mar real, un pez real y unos tiburones reales. Pero si los hice suficientemente buenos y reales éstos pueden significar muchas cosas".
Y lo consiguió: lo significan.
Es la lucha del hombre contra la naturaleza. El duelo del hombre contra su propia naturaleza. El duelo del hombre contra la muerte: su muerte; la muerte del pez; todas las muertes.
Es la supervivencia de cada día. El levantarse todas las mañanas. El no reconocerse en el espejo. En los espejos. El saberse perdido. Es el mar como promesa. Como última promesa.
Cuando uno cree que todo está perdido, nuestro Yo se achica; el exterior (inabarcable, inimaginable en su conjunto) nos desborda. El viejo está perdido, lo sabe, por eso se interna de nuevo en el mar. El mar como promesa y muerte.

Petrov realizó un trabajo preciosista. Cada trazo, cada movimiento, la selección de colores, el estilo en su conjunto reflejan la pasión que el autor puso en este trabajo al oleo. Aunque la adaptación de la obra no sea perfecta, es tal su sensibilidad, tal su virtuosismo visual, que es difícil no quedar prendado.
Dos años y medio de trabajo. Una Obra artesanal estrenada en IMAX. Petrov, un artista volcado en cada  uno de los fotogramas.  Fotogramas que son verdaderos cuadros. El propio cortometraje parece un paseo por un museo de 22 minutos. Una eternidad atrapada en 22 minutos. Tanto en tan poco. Tanto en tanto.


martes, 20 de diciembre de 2011

La certeza de la Paragonia

Tierra sin fronteras y, a la vez, con la más grande de todas: la distancia. En sus llanos la eternidad parece encontrar reposo sobre lagos que son mares y campos que recuerdan a continentes. El ser humano aquí es la excepción. Forma parte de la naturaleza. No la relega. No la reemplaza. Unas pocas carreteras y pistas de ripio la atraviesan en línea recta jugando a no tener fin; pero de tarde en tarde acontece el milagro, y lo tienen: alguna estancia o población surge de la nada, solitaria como un islote apenas bosquejado, envuelta por horizontes interminables, bajo un cielo chato y oscuro que llena de cenizas cualquier sentimiento; o bajo un cielo celeste acompañado de luz y esperanza. Así oscilarán nuestras emociones: con los hilos invisibles de lo inalcanzable. 


 Los Andes son la espina dorsal de este cuerpo sereno y generoso. La lluvia tendrá que sortearlos para alcanzar tanta garganta sedienta. El viento también, aunque lo hará con mucha más facilidad, azotando con su cuerpo aquello que se interponga en su camino; sea brizna de hierba, árbol, humano, guanaco o casa.



Ante tanta maravilla, la mente dudará: el temor de lo inabarcable puede que nos domine. De nada serviría acelerar el paso: estaríamos perdidos. La soledad sostiene nuestra mirada. Sentiremos un secreto respeto al dar el primer paso: ¿hacia dónde? ¿Hasta cuándo? La distancia siempre querrá someternos. La monotonía borrará casi todos los recuerdos. Nosotros sólo somos una ínfima posesión para esta totalidad de la nada más exuberante. 

Sólo ella es cierta.       

     
  

lunes, 19 de diciembre de 2011

El arte de Alfred Stieglitz

¿Puede equipararse el arte fotográfico con el de la pintura o la escultura? Hace más de cien años, Alfred Stieglitz aseguró que sí. Imagino que hoy también lo haría. Para justificar esta especie de equivalencia, trato de explorar la composición, las texturas, el contenido de sus fotografías con las manos de un escultor, con la mirada de un pintor, con el corazón de un poeta.  Stieglitz estaba hecho para el arte. Fue su segunda piel. La más porosa y adaptable.  Director de la galería de arte 291 de Nueva York, expuso por primera vez en su país obras de las grandes corrientes de la vanguardia europea de comienzos de siglo: Matisse, Toulouse-Lautrec, Picabia, Brancusi, etc… Mientras su percepción evolucionaba, la EEUU también lo hacía, aunque más despacio; con más precaución; temiendo esos nuevos y desconocidos torrentes del arte que fluían con fuerza desde tantos rincones del alma humana.

Sus fotos muestran una realidad que hoy sabemos muerta. Pero que significa decir “hoy”. La eternidad es sólo un juego en la cabeza de los hombres. El presente es un estado precario que se desvanece nada más nacer. Por esta razón, su hoy es tan vigente como nuestro hoy. Como todos los “hoy” pasados, presentes o futuros.

Sus fotos son de "ahora".   










         

viernes, 16 de diciembre de 2011

Jorge Luis Borges - El libro de arena


       La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes... No, decididamente no es éste el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.
       Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.
       Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.
       -Vendo biblias -me dijo.
       No sin pedantería le contesté:
       -En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.
       Al cabo de un silencio me contestó:
       -No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.
       Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.
       -Será del siglo diecinueve -observé.
-No sé. No lo he sabido nunca -fue la respuesta.
Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevaba el número (digamos) 40.512 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
       Fue entonces que el desconocido me dijo:
       -Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
       Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz. Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:
       -Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?
       -No -me replicó.
       Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:
       -Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.
       Me pidió que buscara la primera hora.
Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.
       -Ahora busque el final.
       También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:
       -Esto no puede ser.
       Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:
       -No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número. Después, como si pensara en voz alta:
       -Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.
       Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:
       -¿Usted es religioso, sin duda?
       -Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico. Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.
       -Y de Robbie Burns -corrigió.
       Mientras hablábamos yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:
       -¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?
       -No. Se lo ofrezco a usted -me replicó, y fijó una suma elevada.
       Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos minutos había urdido mi plan.
       -Le propongo un canje -le dije-. Usted obtuvo este volumen por una rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.
       -¡A black letter Wiclif! -murmuró.
       Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor bibliográfico.
       -Trato hecho -me dijo.
       Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.
       Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.
Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descabalados de Las Mil y Una Noches.
       Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. El ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia.
       No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.
       Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.
       Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.
       Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.
       Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.
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