Angkar (la Organización), entidad abstracta, caprichosa y despiadada tomó el control de Camboya el 17 de abril de 1975 a través su brazo armado, los jemeres rojos (guerrilla maoísta), fundando un sistema radicalmente agrario, en el que la población se vio obligada a evacuar las ciudades, sin documentos de identificación (estos, según los jemeres, ya no serían necesarios), destruyendo cualquier rastro con el pasado y persiguiendo los símbolos de una civilización a la que querían ahogar con la sangre de sus víctimas. Empezaba así el Año Cero jemer, y junto a él el exterminio sistemático de la población.“Angkar los espera”, informaban los soldados a las familias en las marchas interminables, entre cadáveres que jalonaban las cunetas, que les llevarían a regiones agrarias remotas en donde les aguardaba, en el mejor de los casos, un sistema de esclavitud inmisericorde.
La ignorancia más cerril, la ofuscación más sanguinaria llevo a los jemeres a tratar de destruir todos los libros, a castigar el uso de calzado y de prendas de vestir que no fuesen de color negro. Prohibieron también las gafas, porque estos analfabetos funcionales las asociaban con los intelectuales a los que pretendían exterminar. Cualquier expresión de sentimientos fue perseguida. Nadie podría llorar ya a sus muertos. El país se cerró a cal y canto, dejando a la población a merced de estos lunáticos obsesionados por descubrir, entre la población desarraigada y sin papeles, a médicos, periodistas, profesores, policías. A todos estos, si llegaba a descubrirse su antigua profesión , les aguardaba la muerte. Denise Affonço, cuyo testimonio nos revuelve las entrañas página tras página, perdió a su marido precisamente así, siendo éste un defensor convencido de la Revolución Jemer. No fue reciproco: los jemeres no estaban convencidos con él.
Enlaces relacionados.
- Pinturas de Vann Nath, superviviente del centro de detención S 21, en que de los más 14000 de prisioneros sólo salvaron la vida 12. Un sistema, por lo que se ve, casi perfecto.
- El Imperio de la muerte, de Alejandro Guevara, trabajo integral sobre la dicradura camboyana
Anexo:
Entrevista a Denise Affonço, superviviente del genocidio camboyano para Público (24/10/2010)
¿Por qué guardó silencio durante más de 25 años?
Llegué a Francia sin nada, sin dinero. La prioridad era rehacer mi vida con mi hijo, entonces de 15 años; encontrar un trabajo. Y no hay que olvidar que hasta 1990, ¡los Jemeres Rojos tenían representación oficial en la ONU! Me encerré en mí misma, no quería saber nada del pasado. Tenía pesadillas cada noche... Cuando me rescataron, yo era un zombi.
¿Qué pasó aquel 17 de abril de 1975, cuando los Jemeres Rojos tomaron Phnom Penh?
Fue una gran fiesta. Llevábamos cinco años de guerra civil y los Jemeres Rojos llegaron como los salvadores. Hasta rezábamos a Buda para que ganasen. Pero nos llevaron hasta el infierno. Nos pidieron abandonar nuestras casas. Era el principio de una mentira que nos llevó hasta lo más profundo del infierno. Yo, ingenua, había cogido unos libros para los niños. Nos lo quitaron todo, mi documentación, mis fotos de familia. Mi marido, un comunista convencido, me decía que todo iba a ir bien. ¿Por qué confié en él?
Él no podía saber lo que les esperaba.
Yo trabajaba en una embajada, donde llegaban informaciones de los maquis antes de 1975. Pero en casa, Seng, mi marido, escuchaba Radio Pekín. Fue víctima de sus convicciones y lo mandaron a reeducación. Nunca volví a verlo.
¿De ahí el nombre de su libro en francés: El dique de las viudas'?
Hacía seis meses que se habían llevado a Seng cuando me cambiaron de campo. Me decían que él me encontraría. Teníamos que hacer un dique de tierra y cuando terminamos, un líder dijo: "Vamos a llamarlo el dique de las viudas". Fue cuando entendí, en ese mismo momento, que Seng había muerto. ¡Eran unos cínicos! Podían hacer de nosotros lo que querían y cuando querían.
¿Sabía entonces quién era Pol Pot?
No. No sabíamos nada. Cuando llegaron los Jemeres Rojos, todo el país quedó encerrado en la selva; era como una prisión al aire libre. "¿Por qué no te rebelaste?", me suelen preguntar. Pero, ¿cómo? Nos deshumanizaron, no teníamos ni nombres. A los pocos meses, yo ya era una anciana de 60 años de unos pocos kilos y con menopausia. ¡Tenía 30 años! Sólo pensaba en sobrevivir, el hambre era una obsesión. Nos daban una ración de agua y de arroz al día. Nos trataban como animales. Mucha gente se dejó morir.
¿Qué responde a los intelectuales europeos de la época que respaldaban a los Jemeres Rojos?
Eran unos imbéciles guiados por la ideología. En 1975, un periodista de Le Monde escribió que todo el mundo vivía feliz en Camboya. ¡Es abyecto! Incluso en 1990, un intelectual belga me dijo no había pasado nada. Ninguna persona inteligente podía dejarse engañar por ese régimen.
Pol Pot falleció en 1998, impune. ¿Qué opina de la labor del Tribunal Internacional para Camboya que juzga ahora a los ex líderes jemeres rojos?
Que se burlan de las víctimas. No somos nadie. Mirad a Duch, el jefe del centro de tortura S-21: le tratan bien, le dan de comer lo que quiere y le condenan a tan sólo 30 años. Merece que le dejemos morir de hambre, abandonado en la selva.
Llegué a Francia sin nada, sin dinero. La prioridad era rehacer mi vida con mi hijo, entonces de 15 años; encontrar un trabajo. Y no hay que olvidar que hasta 1990, ¡los Jemeres Rojos tenían representación oficial en la ONU! Me encerré en mí misma, no quería saber nada del pasado. Tenía pesadillas cada noche... Cuando me rescataron, yo era un zombi.
¿Qué pasó aquel 17 de abril de 1975, cuando los Jemeres Rojos tomaron Phnom Penh?
Fue una gran fiesta. Llevábamos cinco años de guerra civil y los Jemeres Rojos llegaron como los salvadores. Hasta rezábamos a Buda para que ganasen. Pero nos llevaron hasta el infierno. Nos pidieron abandonar nuestras casas. Era el principio de una mentira que nos llevó hasta lo más profundo del infierno. Yo, ingenua, había cogido unos libros para los niños. Nos lo quitaron todo, mi documentación, mis fotos de familia. Mi marido, un comunista convencido, me decía que todo iba a ir bien. ¿Por qué confié en él?
Él no podía saber lo que les esperaba.
Yo trabajaba en una embajada, donde llegaban informaciones de los maquis antes de 1975. Pero en casa, Seng, mi marido, escuchaba Radio Pekín. Fue víctima de sus convicciones y lo mandaron a reeducación. Nunca volví a verlo.
¿De ahí el nombre de su libro en francés: El dique de las viudas'?
Hacía seis meses que se habían llevado a Seng cuando me cambiaron de campo. Me decían que él me encontraría. Teníamos que hacer un dique de tierra y cuando terminamos, un líder dijo: "Vamos a llamarlo el dique de las viudas". Fue cuando entendí, en ese mismo momento, que Seng había muerto. ¡Eran unos cínicos! Podían hacer de nosotros lo que querían y cuando querían.
¿Sabía entonces quién era Pol Pot?
No. No sabíamos nada. Cuando llegaron los Jemeres Rojos, todo el país quedó encerrado en la selva; era como una prisión al aire libre. "¿Por qué no te rebelaste?", me suelen preguntar. Pero, ¿cómo? Nos deshumanizaron, no teníamos ni nombres. A los pocos meses, yo ya era una anciana de 60 años de unos pocos kilos y con menopausia. ¡Tenía 30 años! Sólo pensaba en sobrevivir, el hambre era una obsesión. Nos daban una ración de agua y de arroz al día. Nos trataban como animales. Mucha gente se dejó morir.
¿Qué responde a los intelectuales europeos de la época que respaldaban a los Jemeres Rojos?
Eran unos imbéciles guiados por la ideología. En 1975, un periodista de Le Monde escribió que todo el mundo vivía feliz en Camboya. ¡Es abyecto! Incluso en 1990, un intelectual belga me dijo no había pasado nada. Ninguna persona inteligente podía dejarse engañar por ese régimen.
Pol Pot falleció en 1998, impune. ¿Qué opina de la labor del Tribunal Internacional para Camboya que juzga ahora a los ex líderes jemeres rojos?
Que se burlan de las víctimas. No somos nadie. Mirad a Duch, el jefe del centro de tortura S-21: le tratan bien, le dan de comer lo que quiere y le condenan a tan sólo 30 años. Merece que le dejemos morir de hambre, abandonado en la selva.
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