Entre la confusa amalgama que representa África para los occidentales, en estos últimos años, Somalia ha sacado la cabeza de la invisibilidad mediática que sepulta al resto de naciones. La noticia puede resumirse de la siguiente manera: “Piratas somalíes secuestran un barco de pesca español”. La demonización del somalí, del africano, no se hace esperar.
Antiguamente, las dificultades a las que se enfrentaba el africano estaban en la inmensidad del su territorio; un territorio deshabitado, desierto, interminable. Sin caminos, sin ríos navegables, sin mapas, rodeados por una naturaleza intacta, plena, bajo un clima extremo, cualquier flujo de información, de conocimiento; cualquier tipo de intercambio - que ha caracterizado a tantos otros pueblos del globo - quedaba bloqueado. El aislamiento fue casi absoluto hasta la llegada del hombre blanco. Dicho aislamiento supuso también la supervivencia de muchos grupos, clanes, pueblos y reinos: cuanto más alejados estuviesen de las costas, más posibilidades tenían de sobrevivir de los excesos de los europeos. Trescientos años cazando hombres de piel negra, hacinandolos en las oscuras bodegas de los barcos del primer mundo, sometiendolos a la esclavitud de por vida, bajo el amparo moral de instituciones políticas y religiosas, una historia despiadada que se sigue enseñando en las escuelas inflamadas de orgullo patrio. En resumen: siglos de dolor y de sufrimiento. El colonialismo cayó, no nuestra presencia. Si alguna región goza de recursos apetecibles, allí estaremos, no lo dudéis. Cueste lo que cueste.
Volviendo a Somalia, su inestabilidad política provocó un tráfico ilegal de residuos tóxicos procedente de países europeos, principalmente de Italia. Deshacerse de una tonelada de residuos frente a sus costas cuesta sólo 2.50$. El vertedero más barato del mundo. Dos periodistas italianos ya han perdido sus vidas por meter la nariz donde no deben. Pero de esto no hablan las noticias.
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