"Cuatro cosas no pueden ser escondidas durante largo tiempo: la ciencia, la estupidez, la riqueza y la pobreza."
Nació en la capital del mundo: Córdoba. Las 1000 columnas de su mezquita vieron crecer entre pergaminos al más célebre sabio de la España islámica. Durante su juventud, sólo dejaría de estudiar dos noches: la de su boda y la de la muerte de su padre. Este revolucionario de las ideas fue amigo intimo de Aristóteles en la distancia del tiempo, al que rescató, hizo más accesible y cuya obra calificó como “la menos sujeta a dudas, la mejor adaptada a la realidad y la más libre de contradicciones”. Ferviente defensor de la mujer, trató de acercarla al hombre. Proclamó que el modelo astronómico vigente era erróneo y no estaba basado en la realidad. Pero, ¿qué es la realidad para una sociedad religiosa? Y quiso ir mucho más allá: antepuso la verdad filosófica sobre las concepciones religiosas; quiso que el pueblo no fuese obligado a creer porque sí, sino que había que educarle en la filosofía y la religión, sacándole así de su ignorancia. Entendió que “todas las religiones son obras humanas y, en el fondo, equivalentes, y que se eligen por razones de conveniencia personal o de circunstancias." Envidiado por unos, incomprendido por muchos, tuvo que enfrentarse a la intransigencia de sus contemporáneos: lo tacharon de hereje. Sufrió la persecución por sus ideas. El hombre que abrió Europa a progreso, que iluminó su tiempo, vivió el dolor del destierro. Su obra -admirada en lo sucesivo – también tendría problemas con la cristiandad. La herejía planeaba sobre los viejos pensamientos de este gigante que trascendió la opacidad de su época y que llevaba el Renacimiento dentro. Que se sepa, nunca ha muerto.
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