Los humanos podemos transformar nuestro contexto con bastante facilidad. Sólo tenemos que ver nuestras ciudades. Esta capacidad de cambio, sin embargo, va más allá del mero aspecto físico del medio. En realidad, nuestra capacidad de transformación es tan profunda, que afecta directamente a la percepción que tenemos incluso de lo inmaterial. De hecho, a menudo alteramos el curso de la historia, de la vida, sin una base razonable, cegados por la percepción opaca del momento. Hoy en día podemos llegar a pensar que con la cantidad de información de que disponemos gozamos de una percepción mucho más atinada. Nada de eso. La cantidad de información y desinformación es tan abundante, que el ciudadano de a pié, al no saber qué hacer con ella, simplifica y acoge, casi sin autocrítica, aquella que encaja vagamente con su ideario político, religioso o cultural. En esto contexto, el concepto de pensamiento único aspira a cerrar cualquier posibilidad de discurso y, por lo tanto, a legitimar la transformación capitalista como la única verdadera y objetiva, descalificando el resto de percepciones, tachándolas de obsoletas.
Nuestra capacidad de cambio ideológico, como masa, como especie, es casi absoluta. Como individuos la cosa cambia y es casi nula. No sabemos nadar contracorriente. Tampoco nos dejan. Sin embargo, hay excepciones; siempre las ha habido. Como dijo una de las más grandes (a la que la corriente terminó por llevarse): I have a dream...
Algunos si nadamos contracorriente, o al menos lo intentamos. La respuesta está en la red. Punto de encuentro de opiniones alternativas al pensamiento único.
ResponderEliminarEn realidad hay mucha gente, cada vez más; pero la corriente es fuerte...
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