Somme. 1916. Tres millones de hombres dispuestos a matarse. Trincheras y galerías profanando los campos. Millones de granadas volando por los aires, castigando la tierra, triturando vida. Detonaciones monstruosas. El tiempo parece haberse parado; la muerte nunca. Cada soldado de infantería carga 32 kg de equipo: es su sofisticada mortaja. Al mando del general Haig, las tropas inglesas avanzan hacia ninguna parte. Lo hacen despacio, al paso, expuestos al horror de las balas y los proyectiles. Algunos batallones perdieron más del 90% de sus miembros. En menos de 24 horas murieron 19.240 soldados británicos, 35.493 resultaron heridos, 2.152 desaparecieron y 585 fueron hechos prisioneros; 8.000 alemanes perdieron la vida; dos mil fueron hechos prisioneros. Los días se suceden. Ataques y contraataques sin sentido. Pasan las semanas. Apenas hay avances. La batalla se estanca saturada por tanta muerte. Nadie gana. Todos pierden. Somme: palabra terrible, horrorosa. Haig recibió el sobrenombre de "carnicero del Somme". No sólo eso: Tras la guerra, Haig también recibió honores por sus servicios, le hicieron barón y recibió una pensión de 100.000 libras. Una de sus frases da una idea de la magnitud de su entendimiento: "La ametralladora nunca reemplazará al caballo como instrumento de guerra". El millón de cadáveres de Somme son una buena muestra de su estupidez. Incapaz de comprender que no hay mayor victoria que la paz ni nación más grande que la del entendimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario