viernes, 4 de noviembre de 2011

Amedeo Modigliani


Modigliani llegó a París en 1906. Traía como equipaje su vocación: la escultura. Nada más. Esta ciudad exuberante e inagotable (entonces lo parecía) se esfumó hace mucho tiempo, pero entonces palpitaba con mágica despreocupación. La pasión por el conocimiento impulsaba nuevas escuelas de arte, forjaba tendencias revolucionarias y abría sus brazos a creadores de toda Europa. Era una ciudad rebosante de palabras, de trazos, de colores. Reinaba la vida. Descubriendo a Picasso, Gauguin, Toulouse-Lautrec y a muchos otros maestros, Modigliani se descubre a si mismo y se desvincula de los movimientos artísticos de moda. Modigliani por fin es Modigliani, pero por poco tiempo, ya que tiene que dejar de esculpir: el polvo no le deja respirar, lo envenena. Podemos imaginárnoslo en su estudio, solo, abatido, junto al puñado de estatuas a las que dio vida. Pocas, muy pocas para todas las que lleva dentro. 


Las estatuas le observan con sus ojos almendrados, susurran algo con sus pequeños labios, giran sus largos cuellos a su paso cansado.

Necesita volcar su melancolía sea como sea, por eso empieza a pintar, pero lo hace dominado por el escultor que fue, presentando en sus obras el aspecto de las esculturas que nunca serían. 


Rebelde entre rebeldes, se ganó la fama de pintor maldito. En 1917 celebra su primera exposición individual. Sus desnudos escandalizan a un París que ya no es el mismo de antes. La guerra, que todo lo puede, ha transfigurado el espíritu de la urbe.




Sólo vendió dos dibujos y cinco lienzos que se quedó el galerista. La pobreza asolaba su buhardilla repleta de cuadros sin vender. Consumido por la enfermedad y su dependencia al alcohol y las drogas, tras una semana de terrible agonía en que permanece recluido en su estudio junto a su preja, sin comida, muere finalmente en un hospital de París. Tenía 36 años. Para acrecentar la leyenda, su compañera sentimental se suicidó después del funeral. Estaba embaraza de casi nueve meses. Pablo Picasso dijo que “Modigliani, a pesar de sus costumbres desordenadas, era capaz de elevar la vida de todos los demás”. No se refería ni a su amada ni a el mundo del arte, que siempre le había dado la espalda. 


Jacques Becker filmaría años después, en 1958, una maravillosa película sobre Modigliani: Los amantes de Montparnasse. 

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