Apareció en el Salón de Otoño de Madrid de 1929. Su obra cautivaría como ninguna otra. Tenía un magnetismo que se elevaba sobre la vanguardia reunida, superándola en naturalidad. Ángeles Santos tenía entonces 18 años. Personalidades de la época (Lorca, Guillén, Cossío, etc…) peregrinarían hasta su hogar, en Valladolid, para plantarse frente a su obra, absortos, perplejos. ¿De dónde había salido su arte? Ángeles se había criado lejos de la pintura, en un colegio de monjas. ¿Entonces? La respuesta la encontramos en que había nacido pintora: las vanguardias manaban de ella. Pintaba ideas. Pintaba su mundo. Un mundo.
Comenzó Un mundo (su obra maestra) inspirada por estos versos de Juan Ramón Jiménez:
Vagos ángeles malvas
apagan las verdes estrellas.
Una cinta tranquila
de suaves violetas
abrazaba amorosa
a la pálida Tierra.
Recurrió al cubismo con objeto de reflejar diferentes situaciones de forma simultánea, presentando la totalidad en un solo golpe de vista. Pobló cada plano con todo lo que llevaba dentro de sus 17 años de vida. Fue creando el cuadro sin pensarlo demasiado, llevada de la mano por la intuición. De ese torrente creativo nacieron, por ejemplo, “las madres de los espíritus que realizan el milagro del sol. Ellas no tienen oídos, están con los ojos cerrados y en lugar de esqueleto tienen un armazón de alambre”.
Estaba creando – como diría más tarde - uno de sus monstruos más grandes. Monstruos enormes que arrastraron su espíritu hasta el abismo de las dudas, del vacío. Se ahogaba dentro de sí, de los convencionalismos de la familia, de los compromisos de la sociedad. Necesitaba libertad. Estas fueron sus palabras en una carta a su amigo Ramón Gómez de la Serna:
“Esta tarde me marcho a dar un largo paseo… Me bañaré en un río con los vestidos puestos -¡qué contenta estoy de dejar, por fin, el baño civilizado en bañeras blancas!-, y después me iré por el campo, huyendo de que me quieran convertir en un animal casero”.
Su padre, no sabiendo que hacer con tanta libertad, decidió encerrarla en un sanatorio mental. Gómez de la Serna lo denunciaría públicamente. Logró sacarla tras dos años de reclusión. Durante ese tiempo estuvo muy lejos de su mundo, de sus pinceles, de ella misma. Nunca volvería, en cualquier caso, a pintar como antes. Suavizo su ingenio, mitigó su inspiración, rompió definitivamente con su pasado, con sus monstruos. Quiso enterrar al genio que llevaba dentro y lo consiguió.
Declaraciones de la pintora extraídas de:
GARCÍA GARCÍA, Andrea, “Ángeles Santos, pintora de vanguardia”, en Sesenta y más, Madrid, núm. 268, 23 de febrero de 2008, pp. 14-15.
GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón, “La genial pintora Ángeles Santos, incomunicada en un Sanatorio”, en La Gaceta Literaria, Madrid, Año IV, núm. 79, 1 de abril de 1930, pp. 1-2.
JARQUE, Fietta, “Pinté Un mundo para que lo enviaran a Marte”, en El País.com Babelia, 20 de septiembre de 2003.
PAJARES, Gema, “Ángeles Santos: Nunca creí que fuera un genio”, en El Cultural.es, 31 de enero de 1999.
RIUS VERNET, Nuria, “La pintora Ángeles Santos Torroella”, en DUODA Revista d’Estudis Feministes, Universitat de Barcelona, núm. 16 (1999), pp. 177-193.
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