En 1633 la Iglesia católica romana condenó a Galileo por postular que la Tierra gira alrededor del Sol. Vale la pena analizar la famosa controversia con mayor atención. En el prefacio del libro donde comparaba ambas hipótesis —la de la Tierra en el centro del Universo y la que atribuye ese lugar al Sol—, Galileo escribe:
Los fenómenos celestes serán analizados reforzando la hipótesis copernicana, hasta que quede claro que ésta debe triunfar de forma absoluta.
Y más adelante, en su libro, confiesa:
Nunca podré admirarlos lo suficiente [a Copérnico y sus seguidores]; mediante pura fuerza del intelecto riñeron hasta tal punto con su sentido común como para preferir lo que les dictaba la razón a lo que la experiencia responsable les mostraba claramente.
En el auto de acusación de Galileo, la Iglesia declaró:
La doctrina de que la Tierra no se halla en el centro del universo ni está inmóvil sino que gira, incluso en una rotación diaria, es absurda; es falsa desde el punto de vista psicológico y teológico y constituye, cuando menos, una ofensa a la fe.
Galileo respondió:
Se condena la doctrina que postula que la Tierra se mueve y el Sol está fijo, porque las Escrituras mencionan en muchos pasajes que el Sol se mueve y la Tierra permanece fija... Afirman los piadosos que las Escrituras no pueden mentir. Pero nadie negará que con frecuencia son abstrusas y su verdadero significado difícil de comprender; su importancia va más allá de las meras palabras. Opino que, en la discusión de los problemas naturales, no deberíamos empezar por las Escrituras, sino por los experimentos y las demostraciones.
No obstante, en su retractación (22 de junio de 1633), Galileo fue obligado a afirmar:
Habiendo sido amonestado por el Sagrado Oficio para que abandone por completo la falsa opinión de que el Sol se halla en el centro del universo y está inmóvil y de que la Tierra no ocupa el centro del mismo sino que se mueve... he sido... sospechoso de herejía, es decir, de haber manifestado y creído que el Sol es el centro del universo y está fijo, y que la Tierra no ocupa el centro del mismo sino que gira... Yo abjuro con toda sinceridad y con genuina fe, execro y detesto los mismos pecados y herejías y, en general, todas y cada una de las ofensas y sectas contrarias a la Santa Iglesia católica.
El proceso de Galileo
Hasta 1832 la Iglesia no consintió en borrar el trabajo de Galileo de la lista de libros cuya lectura quedaba prohibida a los católicos bajo riesgo de horrendos castigos para sus inmortales almas.
El desasosiego pontificio frente a la ciencia moderna ha subido y bajado como la marea desde los tiempos de Galileo. Las aguas llegaron al nivel más alto de la historia reciente en el año 1864, con el Syllabus errorum de Pío IX, el Papa que convocó también el Concilio Vaticano, en el cual, por primera vez y ante su insistencia, fue proclamada la doctrina de la infalibilidad papal. He aquí algunos pasajes:
La revelación divina es perfecta y, por ello, no está sujeta a un progreso continuo e indefinido a fin de equipararla con el progreso humano... Ningún hombre es libre de abrazar y profesar la religión que crea verdadera, guiado por la luz de la razón... La Iglesia tiene poder para definir dogmáticamente que la religión de la Iglesia católica es la única religión verdadera... Es necesario, incluso en el día de hoy, que la religión católica sea considerada la única religión del Estado, excluyendo todas las demás formas de devoción... La libertad civil para elegir el tipo de fe y la concesión de poder absoluto a todos para manifestar abierta y públicamente sus ideas y opiniones conduce con mayor facilidad a la corrupción moral y mental de las personas... El Pontífice romano no puede ni debe reconciliarse ni estar de acuerdo con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna.
Pío IX
En aras de su buen nombre, si bien con retraso y a regañadientes, en 1992 la Iglesia repudió su denuncia de Galileo. Sin embargo, todavía hoy no se resigna del todo a reconocer la importancia que revistió en su día la oposición que ejerció. En un discurso de 1992, el Papa Juan Pablo II adujo:
Desde los comienzos de la época de la Ilustración hasta nuestros días, el caso de Galileo ha constituido una especie de «mito», en torno al cual la imagen fabricada de los acontecimientos se ha alejado bastante de la realidad. En esta perspectiva, el caso de Galileo fue un símbolo del supuesto rechazo, por parte de la Iglesia católica, del progreso científico, o bien del «oscurantismo» dogmático opuesto a la libre búsqueda de la verdad.
No obstante, sin duda el hecho de que la Santa Inquisición condujera al anciano y enfermizo Galileo a inspeccionar los instrumentos de tortura en las mazmorras de la Iglesia no solamente admite, sino que requiere con justicia una interpretación así. No se trataba de cautela y reserva frente a la ciencia, de renuencia a cambiar de paradigma hasta disponer de evidencias probadas, como en el caso del paralaje anual. Era puro temor a la discusión y al debate. La censura de visiones alternativas y la amenaza de torturar a sus defensores revelan una falta de fe en la propia doctrina y los mismos feligreses que ostensiblemente están siendo protegidos. ¿Para qué habían de servir las amenazas y el arresto domiciliario de Galileo? ¿Acaso no puede la verdad defenderse a sí misma en su confrontación con el error?
A pesar de ello, el Papa añade:
El error de los teólogos de la época al defender la centralidad de la Tierra residió en pensar que nuestra comprensión de la estructura física del mundo nos venía impuesta, en cierto modo, por el sentido literal de las Sagradas Escrituras.
Con ello, verdaderamente, se ha efectuado un progreso considerable, a pesar de que los defensores de doctrinas fundamentalistas quedarán angustiados al escuchar de boca del Pontífice que las Sagradas Escrituras no siempre son literalmente ciertas.
Pero si lo que contiene la Biblia no es verdad punto por punto, ¿qué partes son fruto de la inspiración divina y cuáles son meramente falibles y humanas? Además, si admitimos que las Escrituras contienen errores (o concesiones a la ignorancia de los tiempos), entonces ¿cómo puede ser la Biblia una guía infalible para la ética y la moral?
Texto extraído del libro Un punto azul pálido, de Carl Sagan (Ed.Planeta)
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