lunes, 7 de noviembre de 2011

Young, Schrödinger y la incertidumbre


La conciencia es un enigma. Obviando que hay corrientes que dicen que tal vez ni siquiera existe, ¿cómo la definiríamos? 

Tal vez: Conocimiento subjetivo (aquello que es opuesto a objetividad).

Todo pensamiento subjetivo requiere de un "Yo". ¿Qué papel juega entonces la conciencia en el mundo? 

No es tan sencillo; creo que antes deberíamos plantearnos la siguientes preguntas: ¿existe un sólo yo en cada individuo?  Y: ¿existe un sólo mundo en nuestro mundo?

Rehagamos entonces la pregunta: ¿qué papel juegan las distintas capas de consciencia de cada individuo en los posibles mundos que componen nuestro mundo? Si asumimos la cita de Einstein "Dios no juega a los dados", la respuesta - sea ésta la que sea - debería mostrar un sutil y estrecho margen de libertad; por otra parte, si asumimos la contestación de  Bohr, "deja de decirle a Dios lo que tiene que hacer" el resultado dejaría más puertas abiertas al Yo, más libertad de conciencia. 




Uno de los principios fundamentales de la teoría cuántica advierte que el mismo acto de observar (de fijar nuestra conciencia) define la existencia y el comportamiento de aquello que observamos. El observador y lo observado siguen un guión compartido.  Forman un sistema único, interrelacionado.

El experimento de Young (realizado en 1801) apunta a que la propia materia posee un sutil nivel de consciencia. Según una encuesta de Physics World del año 2002, se trata del experimento más bello de la física.  





Podemos deducir que el mundo se va determinando sobre la marcha, en el último instante. Justo antes de ese último instante, están presentes todas las posibilidades. En potencia, todo es real; o, según se mire, nada lo es. En semejante escenario, la presencia del observador tendrá la última palabra, decantará la realidad mediante la conciencia del sistema que conforman el observador y lo observado. Los posibles realidades de cada acontecimiento son una superposición en la que sólo una prevalecerá.    


La paradoja de Schrödinger va en la misma línea. Se trata de un experimento imaginario que consiste en meter a un gato dentro de una caja en cuyo interior hay una ampolla de vidrio que contiene un veneno muy volátil y un martillo que liberará el veneno si cae sobre la ampolla, matando así al felino. El martillo está conectado a un mecanismo detector de partículas alfa. Si el detector capta una partícula alfa, el martillo caerá, lo que romperá la ampolla; si por el contrario, no detecta ninguna, el gato continua vivo.


Mediante un dispositivo, existe un 50% de probabilidades de emitir una partícula alfa en una hora. Por lo tanto, después de una hora, o se ha emitido la partícula o no se ha emitido: o el gato está vivo o está muerto. Algo que no podremos saber hasta abrir la caja.  Pues bien, desde el punto de vista de la mecánica cuántica, el estado del gato será  la superposición de las dos realidades posibles. Dicho de otro modo, el gato estará vivo y muerto.  Al mismo tiempo. Para resolver el resultado, tendríamos que abrir la caja y mirar dentro. ¿Qué sucedería entonces? La misma observación del interior de caja rompería la superposición de estados, decantando la realidad por una de los dos opciones.

¿Qué papel juegan entonces nuestras distintas capas de consciencia en los posibles mundos que componen nuestro mundo?  Deduzco que grandes. Aunque, como tantas otras cosas, no entendamos sus consecuencias finales.

En este marco, ¿cómo podríamos definir a la consciencia? Un elemento clave en el flujo infinito de las realidades.  ¿Qué es entonces el mundo, el universo? Una superposición de mundos (y universos); una ilusión que se decanta en el presente. Cuando afirmamos que percibimos los que tenemos delante, parece una obviedad, pero no lo es. En realidad, percibimos lo que creemos que está ahí. 

Somos pequeñas fichas en el juego de la realidad. Empezamos la partida sin conocer las reglas.  Poco a poco las vamos deduciendo, pero aún estamos en la orilla del conocimiento...  

O no (me dicta mi conciencia).

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