jueves, 3 de noviembre de 2011

Óscar Montes Trinidad - Te hablaré de tus recuerdos

Te hablaré de tus recuerdos. ¿Quién podría hacerlo mejor que yo? Porque lo que eres tú, con esa imaginación en la que tanto te enredas y ese aire despistado con el que te precipitas por las calles, en cuanto echas la vista atrás, empiezas a mezclarlo todo de tal manera que no tardas en confundir al que te escucha con respetuosa paciencia… Lo que oyes, con respetuosa… y soberana paciencia; y no me mires con cara de sorpresa, ya sé que nadie se atreve a confesártelo, que todos te siguen la corriente mientras hablas. No confundas la forma con el fondo. Conmigo no son tan reservados, y eso me incomoda… Con tu testarudez no llegarás muy lejos. Te comportas como una especie de barco emocional a la deriva, empeñado el buscar tormentas en las que revolverte. Pero no temas: yo te quiero; puedes hacer es confiar en mi memoria, que también es la tuya… ¿O no somos uno? ¿Qué sentido tendrían ocho años de relación si quedasen en la mera convivencia, en el respeto frío,  en el amor repetitivo? ¿No estaríamos hablando de un gran fracaso? ¿No seríamos dos extraños compartiendo casa? ¿No estaríamos expuestos a un distanciamiento progresivo, que en lugar de atenuarse, se intensificaría con el tiempo? No sé tú, pero yo me niego a dar lo nuestro por perdido, y no es que sólo quiera ayudarte, es que sé cómo hacerlo… Por eso, cuando te empeñas en hablar de tu pasado, sin mi apoyo, te veo tan errado, tan vulnerable, que me vengo abajo. Ya ves: lo reconozco… ¡Me incomoda tanto el qué dirán! ¿Quieres ver con tus propios ojos la magnitud del problema? Di que sí, que sí… ¿Que no te apetece? Ya empezamos… ¿Te crees que a mí sí? ¿Recuerdas la noche en que nos perdimos por aquella carretera de C.? ¿Recuerdas el afán con el que te empeñaste en que saliésemos de la nacional, obcecado en que así recortaríamos cincuenta kilómetros? Lo recuerdas bien, ¿verdad?, porque parece que no sabes hablar de otra cosa durante los últimos días… Pues bien, lo que cuentas nunca ocurrió; en realidad, seguimos la nacional, sin desviarnos. Cuando llegamos al caserón se acababan de servir los postres: arroz con leche. Tanteamos al propietario. Teníamos la esperanza de incorporarnos a la cena. No fue posible. Pero tú no recuerdas nada de esto; al contrario, te dedicas a crear espejismos a los que tratas de agarrarte, pero no puedes, por supuesto que no puedes, pues son espejismos, ideas, la nada, pero tú no lo sabes; como tampoco sabes que tu actitud te aleja cada vez más de aquellos que, como yo, se preocupan por ti… Me pregunto qué te empuja a manipular cada fragmento de tu vida. Dime qué ganas con ello: ¿confusión y más confusión? ¿Repite lo que has dicho? Entonces confías en mí, ¿no es eso? Entonces yo tengo razón, ¿verdad? Entonces reconoces que estás inventando historias, ¿estamos de acuerdo? Ahora bien, ¿estás realmente convencido, o lo dices para que deje de molestarte? No hace falta que me lo prometas: te creo, te creo… Ya te dije que somos uno.  Yo estoy aquí para ayudarte… Tienes demasiados frentes abiertos: el libro que nunca terminas, la tesis que te tumbaron, tu problema con las migrañas; no me extraña que confundas el derecho con el revés, el pasado con el presente y tus fantasías con la realidad… Ahora en serio… Te estaba poniendo a prueba… Esperaba que no cambiases de opinión, me decía que ya lo habrías superado, que no debía presionarte, pero ya lo ves: estaba equivocada…  ¿Cómo puedes llegar a pensar que tus recuerdos son erróneos, que no te puedes fiar de tu memoria? Si realmente fuese así, ¿cuál sería tu estado? O dicho más claramente: si realmente es así ¿cuál es tu estado?… La memoria es para el alma lo que la carne es para el cuerpo. ¿Qué no exagere? Si fueses consciente de tu problema, lo entenderías todo.  Sólo he tardado cinco minutos en convencerte… ¡Cinco minutos! ¡Ese el valor que das a tu integridad!... ¿Y aún sonríes?  Pues sí, efectivamente, prefiero que llores, que te conmuevas, si eso hace que cambies de una maldita vez… Pero claro, no puede ser, lo de ser razonable no es tu fuerte. Podrás estar perdido, condenado a vagar sin rumbo, sin concierto, que no dudarás en atizar con tu orgullo a todo el que pretenda sacarte de tu laberinto. Muy propio de ti. Mil gracias por no dejarte querer…  ¿Qué tú también me quieres?… Permíteme que lo dude… Porque sin pasado estás ciego, pero de una ceguera interior. ¡Y no te justifiques de nuevo con la excusa de que has dudado por culpa de mi insistencia! ¿Tan poco vales? Porque yo creo que te subestimas; no es que lo diga yo, lo dice todo el mundo. Tienes un futuro esperanzador…, bueno, siempre que consigas reconciliarte con tu pasado... Que cómo se hace, pues ya que tu boca delata la confusión que te ahoga: estando callando… Así nadie – ni siquiera tú mismo – tendrá que enfrentarse a tus contradicciones. Que tu conciencia se debate de vez en cuando entre tus dudas, sin problema, la clave está en no verbalizarlo, porque ya sabes: la palabra mal empleada da consistencia a lo innecesario. Por eso veta por instinto aquello de lo que hablas y no bajes nunca la guardia, que la gente no descubra tu tendón de Aquiles… ¡Silencio! ¡No te he dicho que no hables!  ¡Habrase visto semejante desconsideración! Pues con ese desinterés hacia mis consejos, no te extrañe que el día menos pensado te dé por  perdido y me vea obligada a abandonarte; si no lo he hecho todavía, ha sido principalmente por amor; además: ¡me costaría tanto asumir que he desperdiciado mi juventud al lado de un don nadie!  No frunzas el ceño, no he dicho que seas un don nadie, pero sí que debes aprender a controlarte.  Aunque, bien mirado, qué más nos dan las habladurías, porque serían sólo eso, habladurías, lenguas  dedicadas día y noche a exagerar, a tergiversar, a inventar sin escrúpulos. Reconozcámoslo también: algo de razón sí que tendrían… Los rumores siempre se fundamentan en cierta verdad, un trocito minúsculo de verdad que me escocería, que me escuece en el alma… No entiendo por qué lloras ahora… ¡Quieres controlarte de una santa vez!  Nada. Eres un caso imposible… ¿Qué más puedo hacer? ¡Ya lo tengo!  Aguarda un instante mientras voy a la cocina.  No se te ocurra hablar, tampoco te muevas, ¿eh? Aunque no me veas, te estoy vigilando, siempre lo hago… Creo que están en este cajón, sí… Este valdrá… Ya estoy aquí. No te asustes por el cuchillo, no es para tanto…; en realidad, será tu medicina. Ahora, por favor, cierra los ojos…  
 

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