Sólo ha habido un Henri Cartier-Bresson. Para ser como fue, para buscar lo que buscó, para encontrar lo que encontró, tuvo que ser anarquista. Y lo fue desde el primer momento. Sólo así pudo desafiar al mundo. Padre del periodismo fotográfico, persiguió con su cámara el momento decisivo, ese instante único e irrepetible en el que la realidad revela su forma más singular y significativa. Ese fragmento de la realidad de duración infinitesimal en el que el instante se muestra sin interferencias, pleno. Su obsesión no era el espacio, era el tiempo. Un tiempo no lineal. Un tiempo que no avanza en una sola dirección. Su fotografía exigía una ausencia de meditación, estaba compuesta por la acción inmediata, por el impulso espontaneo que captura la imagen y su eternidad. En el fondo, no hay cálculos que valgan. el azar estará siempre ahí. Determinante. Como decía: “Entreveo una estructura y espero que suceda algo”. No había reglas, sólo intuición. El mundo pasa rápidamente. Él lo acechaba, saltando sobre él, atrapando instantes para la posteridad. El mundo es en color, pero él prefería verlo en blanco y negro dando preferencia a la forma, al espacio, y no a la luz.
Termino con sus palabras: "La vida ocurre sólo una vez, para siempre".
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