Hoy en día cualquiera puede utilizar un ordenador para crear, pero cuando Elena Asins lo hizo, tuvo que enfrentarse con el rechazo frontal de la gente. Nadie lo consideraba arte. Fue duro abrirse paso por un camino completamente inexplorado. Ese parece ser el sino de Elena Asins: abrir nuevas vías, señalizarlas, rastrear sus posibilidades, prepararlas para futuros artistas. Le pasó con la escultura y la pintura. Su obra siempre tuvo el estigma de cierta incomprensión. Sólo con el tiempo, alcanzó el reconocimiento, pero se trataba de un reconocimiento frío, intelectual.
Matemático.
Sus trabajos extrañan, confunden, incomodan. Se trata de una búsqueda (aparentemente) fría de la esencia de realidad; una búsqueda racional a través de estructuras: sistemas cerrados, sin salida; moldeados por el espacio, la media. Fuera del tiempo. Dentro de estas formas, de estos elementos interrelacionados, Elena Asins protege sus emociones. Con ellos, desde ellos, a través de ellos, tratará de aproximarse a un mundo mejor. Pero ante la utopía de alcanzarlo, centrará su satisfacción en la búsqueda constante. Sin fijarse metas. Sólo por el placer de buscar. El qué: un silencio sin profanar; cierta armonía; el destello de una coherencia superior. Fragmentos de ese mundo perfecto que intuye. Perseguir lo inalcanzable, sin embargo, se transformará en su obsesión. Por eso buscará dolida. Por eso buscará reñida consigo misma. Por eso buscará atrapada por una sociedad que no la comprende. Esa será su condena.
Desde la ventana de la celda de su existencia, Elena Asins buscará su propio mundo. Un mundo protegido por la geometría y los espacios expansivos. Un mundo medible, previsible, coherente. Y buscará en silencio, escondiendo sus sentimientos tras las duras capas de sus creaciones.
Muchos aseguran que la obra Elena Asins carece de sentimientos. Sólo ven la superficie. Sólo con acercarnos un poco, bajando la guardia, veremos que bajo aquella, palpitando con furia, vibran con dolor un millón de corazones.
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