miércoles, 2 de noviembre de 2011

Dios en el fin del mundo


Hace mucho tiempo, en un rincón inhóspito y desolado del planeta, el doctor Williams manifestó que no cambiaría su situación por nada en el mundo, apostillando: “Soy más feliz de lo que puedo expresar”. Lo dejó escrito en su última carta, poco antes de morir. ¿Estaba justificado semejante éxtasis? Meses antes, había zarpado junto a Allen Gardiner, capitán de la Marina Real Inglesa. 

Capitán Gardiner

El objetivo de la expedición: predicar el Evangelio a los paganos; cargar con un Dios ajeno hasta regiones ajenas. Tras cuatro meses de viaje fueron desembarcados junto con dos barcas de vela en la caleta Banner, en la isla Picton, en Tierra de Fuego. Les acompañaban un joven catequista, un carpintero y tres fornidos marineros. El Ocean Queen desaparecería poco después.
El resto de la historia se conoce gracias a las cartas y diarios que fueron hallados, cerca de un año después, junto a sus cadáveres. El caso es que no pudieron empezar peor las cosas: todavía en la caleta, examinando las provisiones, advirtieron desolados que la munición de sus armas se había quedado en el barco. Carecían pues del mejor medio para conseguir alimentos y,  si la situación lo requería, defenderse de los indígenas. Estaban en el corazón de una tierra indómita, yerma, desolada. Aparentemente tranquila. Sólo aparentemente.  Rezaron al Dios de Inglaterra, al Dios de Europa, pero no a los Dioses de aquellas tierras. Pronto empezaron a acosarles los nativos, que exigían y tomaban lo que gustaban. Las amenazas y humillaciones se sucedían de tal manera que decidieron permanecer en el mar, apartados de la costa. Los indígenas, sin embargo, los siguieron acosando desde sus canoas. Gardinier y los suyos decidieron huir a la desesperada. Las velas de sus barcas les salvarían esta vez de la muerte al alejarlos de sus perseguidores. Pero estos no se dieron por vencidos y siguieron sus pasos. Durante semanas se vivió una cacería que hizo que los ingleses perdieran sus provisiones durante una tormenta. Aterrados, pintaron sobre una roca las siguientes palabras:

Escava debajo. Ir al puerto Español. Marzo de 1851.

Debajo de la roca, enterrada, dejaron una botella pidiendo ayuda. Su destinatario era el barco que, según lo acordado, tendría que venir a supervisar su situación meses después. Pero para eso aún quedaba mucho tiempo y el invierno cayó como un golpe atroz. No estaban preparados. Las enfermedades empezaron a acosarles. Las pocas provisiones que tenían, a pesar del riguroso racionamiento, pronto desaparecieron. Devoraban cualquier cosa pero nunca lo suficiente. Los primeros en morir fueron los pescadores. Fue entre junio y julio. El doctor Williams resistió hasta agosto, refugiado en una cueva gélida. Desde allí transmitiría a la posteridad su alegría extrema. Vio luz a raudales en las tinieblas de la muerte que acechaba. Años atrás estuvo a punto de morir en Inglaterra. Al recuperarse, se volcó en la fe vinculándose, entre otras cosas, a la iglesia Metodista. Mientras  cruzaba el Atlántico escribía en su diario: "la sensación de gozo que le causaba la certeza de hallarse ocupado en la gran tarea de llevar el conocimiento del Salvador del mundo a un pueblo pobre, sumido en las tinieblas, a una raza de indios".  En la isla Picton sus palabras ponen de manifiesto el sobrecogimiento en que vivirían: "Es un lugar de lóbrega tristeza y de desesperante soledad".  En cuanto a los naturales del lugar dice que "parecí­a imposible que fuesen seres humanos". Las dudas y la angustia asolan a Williams. Sólo encuentra cobijo en su Dios: "Otro dí­a de gozo, paz y dulce comunión con mi Señor ".  Más adelante anota: "Ah, soy feliz dí­a y noche, hora por hora, dormido o despierto soy feliz más allá de donde llega el pobre alcance del lenguaje". Poco después, murió. El último en hacerlo sería el capitán Allen Gardiner.


Los periódicos ingleses denunciaron el sacrificio inútil de tantas vidas “en la ingrata tarea de domesticar a aquellos remotos y depravados salvajes”. Surgía la siguiente pregunta: ¿quién les había llamado? Williams, Gardiner, incluso los marineros, dirían que Dios. Quien no lo hizo, con toda seguridad, fue precisamente aquellos “remotos y depravados salvajes”.


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