En medio de la devastación del campo de batalla, esquivando los cuerpos tendidos de hombres sin presente, Napoleón paseará sus ambiciones bajo un tupido manto de indiferencia. Puede dominar el mundo, pero lo hará desde la distancia, despreciando a sus semejantes, a los pueblos, ajeno a la destrucción que lo acompaña. Podrá dominar el mundo, pero no a sí mismo: como a otros - antes y después -, lo dominan profundos delirios de grandeza. Se cree inmortal; o casi: "Matarme a mí es imposible: ¿acaso no he cumplido la voluntad del Destino? Me siento empujado hacia una meta que desconozco. Una vez alcanzada, bastará un átomo para batirme." En realidad, hicieron falta muchos átomos: los que componían la existencia de cientos de miles de seres humanos, de cientos de miles de presentes arrancados de raíz. Enemigo de la libertad, se propuso someterla allá donde fue. Se adoraba a si mismo y a sus victorias. No estaba hecho, sin embargo, para la desgracia. Tras la batalla de Wagram, cuando pasaba revista, intentó asesinarle un joven extranjero de dieciocho años y aspecto agradable. El prisionero parecía mantener una gran calma. Napoleón lo interrogó con gran respeto:
"¿Por qué querías asesinarme?" "Por qué no habrá jamás paz para Alemania mientras sigáis en el mundo." "¿Quién te inspiró este plan?" "El amor a mi país." "¿No lo concertaste con nadie?" "Ha sido fruto exclusivamente de mi conciencia." "¿No sabías a qué peligros te exponías?" "Lo sabía: pero me sentiría feliz de morir por mi país." "Tú que tienes principios religiosos, ¿crees que Dios permite el asesinato?" "Confío en que Dios me perdonará por las razones que me asisten." "¿Acaso, en las escuelas en que has estudiado, se enseña esa doctrina? "Un gran número de condiscípulos míos están animados por los mismos sentimientos y están dispuestos a sacrificar su vida por la salvación de la patria." "¿Qué harías si te pusiera en libertad?" "Os mataría."
Napoleón debió de presentir su caída, el ocaso de su fortuna, el perfil abstracto y casi indefinible de las islas que le esperaban. Minutos después, ya a solas con el duque de Cadore, abdicó: "Hay que hacer la paz."
Y la Paz se hizo... temporalmente,sí, pero las islas estaban cada vez más cerca...
(Diálogos extraídos de las "Memorias de ultratumba", de Chateaubriand. Ed. Acantilado).
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