lunes, 3 de julio de 2017

La línea



Sigo la línea blanca con buen ánimo. No recuerdo cuánto tiempo llevo sobre ella. Tampoco me planteo adónde me lleva. Camino concentrado, pendiente de no plantar los pies fuera; si lo hiciese, no sabría cómo perdonarme.
He divisado varias casas, aisladas, siempre en la distancia, pero nunca  llegué a cruzarme con nadie.
La línea  es una buena compañera; me provee de agua fresca de  manantiales que dejan de brotar en cuanto me sacio o del único fruto de unos árboles que surgen al alcance de mi mano en cuanto me llama el hambre.
Esta camaradería se ha ido estrechando y desde hace un tiempo la línea también está dentro de mi cabeza; hasta ahora, pues, para mi sorpresa, acaba de terminar en mitad de un páramo;  sin su trazo me siento abandonado y carente de determinación.
Quizá debería desandarla, hacer a la inversa el camino recorrido hasta ahora.
Imposible: ¡la línea también se ha esfumado a mis espaldas! El único trazo que se mantiene está bajo mis pies.
Me he transformado en una especie de naufrago plantado en una roca que asoma un palmo sobre un mar innavegable. Porque adónde voy a ir yo solo si la línea me trajo hasta aquí casi en brazos, entretenimiento mi imaginación y dándome de comer de la mano.
 Me despierto de un brinco: Amanece.
La línea ha reaparecido, transformada; ahora es discontinua, con un metro de distancia entre los tramos. No me importa y voy saltando entre los trazos, dominado por cierta euforia.
No tarda en entrar en mí, en formar parte de mi ser de nuevo. Profunda y discontinua. Como yo en este mismo momento hasta que me percato de que los tramos se han ido distanciando por delante y por detrás, y aunque dudo que consiga llegar hasta el siguiente, lo intento a la desesperada, y caigo fuera, y permanezco inmóvil, y tembloroso: la culpa pesa; ahora sé que debería haber tenido más paciencia: ¿acaso la línea no me proveía?
Despierto con las primeras luces.
La línea ha vuelto, pero ya no es línea; ésta se expandió sobre el páramo en todas direcciones: todo él ahora es blanco.
Trato de asimilar semejante exceso. Imposible. La línea ha abandonado su verdad; ya no revela un rumbo; en realidad, lo oculta; incluso lo pierde. No sé adónde dirigirme; ninguna dirección es absolutamente verdadera. Sé tú la línea entonces, me digo; asume su rol, sobre el papel en blanco en que se ha transformado; ve adónde quieras con paso firme. De ella aprendiste mucho y no necesitas más. Discurre oscuro para diferenciarte, aleja tu curso de las casas aisladas y presta atención a todo aquel que, como tú en su día, decida seguir tú trazado.

miércoles, 28 de junio de 2017

Espejos



El primer espejo fue una simple ocurrencia. Lo puse en un rincón del cuarto de invitados y no me acordé de él por una temporada. El segundo digamos que fue un antojo; lo coloqué junto al otro, cerrando la puerta con llave. Qué duda cabe que una necesidad imperiosa, cada vez más marcada, me llevó a adquirir los siguientes; cuando terminé de cubrir las paredes de casa con el número 181, tenía la sensación de haber cruzado una meta –la primera–, y lo celebré con Champagne. Me llevó cuatro años y 149 espejos más completar el suelo –provisto para ese fin por una tarima móvil de cristal– y los techos.  Luego decidí substituir los muebles, cazuelas, lámparas y demás cachivaches por sus equivalentes espejados. Durante este proceso se fue produciendo un trasvase de mi mismo a estas capas sobre las que me proyectaba, ampliando mi Yo hacia fuera. Mis allegados –carentes de interés pues sobre ellos nunca daba con mi reflejo - trataron de ayudarme con un absurdo: alejándome de mi casa; es decir: de mí Yo multiplicado. María tampoco supo entenderme. Aún la recuerdo vestida con aquel traje inigualable, encargado para la ocasión; estaba compuesto por miles de pequeños espejos sobre los que me fragmentaba mientras hacíamos el amor, en un sin fin de escalas y perspectivas diferentes. Nunca volvería. Desde entonces salgo lo justo y apenas recibo llamadas. Mi esencia, sin embargo, se refleja ahora más que nunca; luminosa como los rayos del sol de la mañana; disparada, como ellos, hacia todas partes. Con qué calma observo desde mis ventanas –desde esos ojos que hice míos– el mundo normalizado de cuanto me rodea. Gentes que vienen y van sin proyectarse ni siquiera en sí mismos, amontonados como sombras, opacos en sus quehaceres. Cuántos reflejos necesitaría el mundo para levantar cabeza. Pero qué más me da a mí, que los tengo todos.  





jueves, 23 de marzo de 2017

La elección



Tienes que decidirte. La libertad consiste en elegir, aunque cueste. Y no te ampares en tu conformismo. Sólo es un lastre que conduce a tus peores profundidades. En otro tiempo la religión, incluso la política, podrían haberte ayudado. Tenían respuestas, un sentido concreto. Pero aquello murió y hoy luchamos en solitario, cada uno por nuestra cuenta. Ni siquiera sabemos a qué  nos enfrentamos. ¿Qué dices? Que tú no quieres ser tú.  Bien. Verbalizarlo ya es un paso. Demos si te parece unos cuantos más. Que te faltan fuerzas. No te preocupes. Para eso estoy yo aquí. Qué quiero decir. Te propongo que intercambiemos nuestros papeles. Yo sería tú y tú serías yo. No es tan complicado. Solo tenemos que decidirnos. Pero si al fin nos transformamos y un día me ves postrado y cabizbajo siendo tú, atiéndeme como hoy te estoy atendiendo a ti.  No podría soportar tu desamparo. Así no me hagas dudar más y elige de una vez por todas, aunque nos cueste.  




martes, 14 de marzo de 2017

El voluntario



El patio de butacas está abarrotado.  Me pregunto qué pinto aquí. Podía haber buscado cualquier excusa. No sería la primera vez.  La gente permanece con la vista fija en algún punto inalcanzable.  Yo trato de abstraerme en la imagen del micrófono plateado del escenario.  Una tos rota sacude toda mi concentración.  Cómo envidio a los más imperturbables. Nunca levantan sospechas.
           Aparece el orador. 
           El teatro prorrumpe en aplausos. El orador, un tipo delgado e inespresivo, nos observaba con un gesto indescifrable. Me duelen las palmas cuando dejamos de aplaudir.  
           No sois - dice con voz poderosa y nos hundimos un poco en nuestras butacas -  Repetid conmigo: no somos.  
          Yo tan solo muevo los labios.  La voz reprocha nuestras flaquezas. La sala se va difuminando. Busco refugio en algunas imágenes de mi infancia, pero la voz se eleva y reclama nuestra atención absoluta. Las butacas crujen. Un foco me deslumbra.
Caballero, sí, usted, suba al escenario, por favor. 
Me levanto sin fuerza en las piernas. Aplausos. Apenas puedo tenerme en pie cuando llego a su lado.
¿Quién es usted? - pregunta la voz.
Nadie - respondo sin mover un músculo.
Buena respuesta. Ahora dígame: ¿qué hace aquí?
Nada.       
Sin duda intachable. ¿Sabe usted que ahora va a ayudarme a demostrar lo absurdo que es tratar de ser alguien? ¿Le parece?  Sé que le pongo en un aprieto, sin embargo, imagine por un instante que usted es alguien…  ¿Cómo se siente?
Desbordado – me pregunto si mi voz ha sonado demasiado convincente.
Explíquenos por qué.    
            No hay paz dentro de mí.
Lógico. Ahora finja que no es nadie.
Para eso no tengo que fingir. Yo no soy.
Venga, hombre, ¿por qué cree usted, precisamente  usted, que está aquí? Sabemos que se cree alguien, solo hay que verle…
Le repito que…
No hace falta que repita nada. Sólo queremos que finja que no es nadie.
Apenas puedo vislumbrar el patio de butacas; parece alejarse cada vez más, sumido en una oscuridad anónima. Estoy solo e indefenso. Ni siquiera puedo hablar.  Y el tiempo pasa y se retuerce y no me atrevo a mover un músculo.
¿Han visto? -  clama el orador a las tinieblas – Este hombre es todo un ejemplo del “no ser”. Gracias, amigo, y perdone si le he presionado. Sólo quería sacar lo mejor de usted y vaya si lo he conseguido…
Regreso a mi butaca entre aplausos.  Se encienden las luces. Cierro los ojos deslumbrado. El orador pregunta si hay algún voluntario entre el público para la próxima demostración.
Sólo yo levanto la mano.






martes, 28 de febrero de 2017

Mientras duermen



Bajo el hechizo de sus farolas, la ciudad se transforma en un milagro de historias, calles y personas que se sueñan, flotando de puntillas sobre el distendido tiempo del descanso; dejando crecer sus viejas raíces en la paz sin voces ni ruidos. A tan altas horas la ciudad ya no es ciudad;  es un sueño que no descansa; el sueño de un sonámbulo que trata de descifrar su enigma, mientras todos creen que duerme; mientras ellos mismos duermen.




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