jueves, 23 de marzo de 2017

La elección



Tienes que decidirte. La libertad consiste en elegir, aunque cueste. Y no te ampares en tu conformismo. Sólo es un lastre que conduce a tus peores profundidades. En otro tiempo la religión, incluso la política, podrían haberte ayudado. Tenían respuestas, un sentido concreto. Pero aquello murió y hoy luchamos en solitario, cada uno por nuestra cuenta. Ni siquiera sabemos a qué  nos enfrentamos. ¿Qué dices? Que tú no quieres ser tú.  Bien. Verbalizarlo ya es un paso. Demos si te parece unos cuantos más. Que te faltan fuerzas. No te preocupes. Para eso estoy yo aquí. Qué quiero decir. Te propongo que intercambiemos nuestros papeles. Yo sería tú y tú serías yo. No es tan complicado. Solo tenemos que decidirnos. Pero si al fin nos transformamos y un día me ves postrado y cabizbajo siendo tú, atiéndeme como hoy te estoy atendiendo a ti.  No podría soportar tu desamparo. Así no me hagas dudar más y elige de una vez por todas, aunque nos cueste.  




martes, 14 de marzo de 2017

El voluntario



El patio de butacas está abarrotado.  Me pregunto qué pinto aquí. Podía haber buscado cualquier excusa. No sería la primera vez.  La gente permanece con la vista fija en algún punto inalcanzable.  Yo trato de abstraerme en la imagen del micrófono plateado del escenario.  Una tos rota sacude toda mi concentración.  Cómo envidio a los más imperturbables. Nunca levantan sospechas.
           Aparece el orador. 
           El teatro prorrumpe en aplausos. El orador, un tipo delgado e inespresivo, nos observaba con un gesto indescifrable. Me duelen las palmas cuando dejamos de aplaudir.  
           No sois - dice con voz poderosa y nos hundimos un poco en nuestras butacas -  Repetid conmigo: no somos.  
          Yo tan solo muevo los labios.  La voz reprocha nuestras flaquezas. La sala se va difuminando. Busco refugio en algunas imágenes de mi infancia, pero la voz se eleva y reclama nuestra atención absoluta. Las butacas crujen. Un foco me deslumbra.
Caballero, sí, usted, suba al escenario, por favor. 
Me levanto sin fuerza en las piernas. Aplausos. Apenas puedo tenerme en pie cuando llego a su lado.
¿Quién es usted? - pregunta la voz.
Nadie - respondo sin mover un músculo.
Buena respuesta. Ahora dígame: ¿qué hace aquí?
Nada.       
Sin duda intachable. ¿Sabe usted que ahora va a ayudarme a demostrar lo absurdo que es tratar de ser alguien? ¿Le parece?  Sé que le pongo en un aprieto, sin embargo, imagine por un instante que usted es alguien…  ¿Cómo se siente?
Desbordado – me pregunto si mi voz ha sonado demasiado convincente.
Explíquenos por qué.    
            No hay paz dentro de mí.
Lógico. Ahora finja que no es nadie.
Para eso no tengo que fingir. Yo no soy.
Venga, hombre, ¿por qué cree usted, precisamente  usted, que está aquí? Sabemos que se cree alguien, solo hay que verle…
Le repito que…
No hace falta que repita nada. Sólo queremos que finja que no es nadie.
Apenas puedo vislumbrar el patio de butacas; parece alejarse cada vez más, sumido en una oscuridad anónima. Estoy solo e indefenso. Ni siquiera puedo hablar.  Y el tiempo pasa y se retuerce y no me atrevo a mover un músculo.
¿Han visto? -  clama el orador a las tinieblas – Este hombre es todo un ejemplo del “no ser”. Gracias, amigo, y perdone si le he presionado. Sólo quería sacar lo mejor de usted y vaya si lo he conseguido…
Regreso a mi butaca entre aplausos.  Se encienden las luces. Cierro los ojos deslumbrado. El orador pregunta si hay algún voluntario entre el público para la próxima demostración.
Sólo yo levanto la mano.






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