domingo, 13 de septiembre de 2009

Óscar Montes Trinidad - El libro de juguete (5ª parte)


Epílogo de juguete



1. El estanque


El sol de la tarde caldeaba la ciudad. La masa de árboles cubría de sombras los senderos orillados por flores de El Retiro, haciendo la marcha más llevadera. Bandadas de gorriones, varios gatos y un par de ardillas se precipitaron al interior de la maleza a nuestro paso. Pronto llegaríamos al estanque. Llamaba la atención la serenidad de su superficie, sólo rota por el lomo plateado de los peces, que creaban efímeros surcos de agua, y por el viento, que la peinaba cada pocos segundos. La vegetación se acumulaba en el borde de tal modo que uno tenía la impresión de que el menor incidente - que quebrase una rama, por ejemplo - provocaría una avalancha verde que llenaría el estanque de plantas. El embarcadero estaba desierto. Observé el lacónico letrero de la taquilla: 45 minutos, dos euros. Montamos en una barca. La madera estaba cubierta de inscripciones: Pedro y Rosa, y un tosco corazón en medio, María, muchas fechas, Juan y Pedro, un monigote, dos cruces, una esvástica y así… Remé sintiendo las rugosidades de la madera en las manos prietas. Cientos de pájaros cruzaban el cielo como flechas llenas de vida. El agua era un espejo por el que nos deslizábamos, acompañados de nuestro reflejo, dos veces yo y dos veces Cosette, duplicando nuestras obsesiones, nuestros pensamientos…

El agua era un espejo por el que nos deslizábamos, acompañados de nuestro reflejo, dos veces yo y dos veces Cosette, duplicando nuestras obsesiones, nuestros pensamientos…

- No estamos solos – había una barca al otro lado del estanque, bajo la sombra de la vegetación. Una pareja descansaba en su interior.
- Ya veo – contestó Cosette.
- Te dije que vinieras para que vieses por ti misma dónde me meto por las tardes. Sé que andas preocupada y lo entiendo, pero ya ves, no hay por qué, vengo aquí, doy una vuelta, y remo un rato. Nada más.
- ¿Para qué traes la pelota?
- Me gusta llevarla conmigo, así soy un poco más niño, aunque no estoy seguro si la llevo por eso. La pelota también es un recuerdo, un amuleto, un símbolo. Como ves, demasiadas cosas para trivializar con ella. La llevo, con eso tengo suficiente.
Cosette asintió. Luego siguió:
- Ya sé que no me incumbe, pero dime, de qué huyes.
- No huyo: busco.
-¿Acaso el que busca, como tú buscas, no huye de aquello que ya tiene?
- No sé si te entiendo…
-Trataré de explicarme entonces. Me da la impresión, corrígeme si me equivoco, de que huyes del presente, que éste no te satisface, pues el objeto de tu deseo, esa quimera que persigues con tanto empeño, está fuera de tu alcance, tan lejos - en el pasado o en el futuro; sobre todo en el futuro -, que nunca podrás llegar a ella. No sabes lo que detesto el futuro, es una amenaza inacabable, para este instante, por ejemplo. Nunca tiene suficiente. Estamos avocados a no ser. No pintamos gran cosa.
-¿No pintamos en nada? – la pregunta fue una pose defensiva; en realidad, estaba de acuerdo, y ella lo sabía.
-En poco. Aún así nos creemos grandes.
-Pero somos chicos.
-Lo somos, pero ahora tenemos la oportunidad de empezar de nuevo, de elegir nuestro camino. No es poco.
-Después de lo que has dicho, ¿aún crees que podemos elegir nuestro camino en el futuro, con las connotaciones que esto conlleva? ¿De elegir tras una transformación traumática e impuesta? Hay esperanza, no digo que no, pero está por ver cómo se desarrollan las cosas. No estoy muy seguro de que la gente sepa apreciar los cambios. Muchos se han encerrado en sus casas y sólo salen a buscar comida. Otros se han vuelto extremadamente agresivos. Pronto habrá problemas.
-O no. Ten esperanza.
-Tienes razón, la ciudad ha muerto; supongo que debería de ser feliz, pero no puedo, maldita sea, estoy obsesionado, aquí, en el parque, persigo el sentido de mi vida y ¿qué encuentro? Un paisaje onírico de agua impenetrable, poderosa vegetación y viento fresco por el que deambulo como un ente ajeno, sin fuerza ni poder alguno de decisión. Aún así no me canso y regreso cada tarde, tropezando una y otra vez con la misma piedra. Busco explicaciones pero sólo veo interrogantes allá donde mire. Todo carece de sentido. Es una locura.
-Entonces crees que ella te hará feliz.
-No la necesito para ser feliz; la necesito para llenar el vació que me dejó dentro. No sé quién es ni por qué hizo lo que hizo. Tampoco sé qué pinto yo en esta historia.
-Me preocupas.
Nos desplazábamos sin hacer ruido: los remos cortaban el agua como un cuchillo bien afilado.
- Hay momentos en los que podría decirse que soy feliz. No creas que son pocos. Ocurre a menudo cuando despierto de mañana y duermes a mi lado echa un ovillo cariñoso, o cuando subo a la azotea de cualquier edificio y contemplo el bosque en el que se ha convertido la ciudad, o cuando veo a una mujer plantando tomates o cualquier otra cosa a lo largo y ancho de una avenida otrora repleta de autos, o cuando descubro a la gente hablando sin prisa en la calle, escuchándose con interés, descubriendo que tienen voz y que la realidad está de su parte, no en los televisores, que nosotros somos los protagonistas de nuestra vida. Ahora por ejemplo también me siento bien, a tu lado, y aunque busco, porque sé que sigo buscando, busco menos, cambia la prioridad...
- ¿La sigues queriendo?
- La quiero como se quieren los buenos recuerdos.
Me di cuenta de que estaba remando dando vueltas cada vez más cerradas, trazando una espiral perturbadora.
- A veces me pregunto si tú no serás ella, fingiendo constantemente…
- Mi amor, yo puedo ser ella; ella, no existe, sólo es un recuerdo…


2. El palacio de Cristal


Una semana después estaba en el estanque, solo, remando sin objeto cuando un viento fuerte y racheado pobló el agua de ondas y reflejos. El cielo se vistió en pocos minutos en un crepúsculo sangriento, enmarcado por nubes incendiarias y haces de luz naranja, violeta y malva. Me pregunté si ella estaría cerca moviendo los hilos del inmenso escenario de mi vida. Como los vaivenes del agua alborotaban mis ideas, decidí dejar la barca e ir a buscarla. ¿Dónde? Al Palacio de Cristal. Cerré los ojos buscando su música pero sólo me respondió el viento, y lo hizo como otras veces en que estaba ella, salido quién sabe de dónde.
Penetré por un sendero que pronto empezó a estrecharse. Tomé otro, más amplio, perpendicular al primero. Cuando quise darme cuenta, estaba de vuelta en el estanque. Los últimos hilos del sol estaban a punto de romperse y dar paso a la noche. El viento soplaba sin descanso. Las nubes parecían hechas de sangre coagulada, casi negra. Ésta vez tomé el sendero adecuado. El Palacio surgió entre los árboles, iluminado por la luna, que asomaba por un hueco abierto entre las nubes. La vegetación también lo había respetado. Chopin sonaba, ahora sí, dentro. Mi corazón empezó a latir de un modo extraño. Empecé a subir las escaleras, despacio, temblando como un chiquillo. La puerta estaba abierta. El piano de cola presidía el interior. Las teclas se movían solas, embrujadas por ella en secreto, porque sin duda era ella, jugando conmigo hasta el último instante. Junto al piano estaba la silla en la que me sentará la primera y última vez.
- ¿Quién eres? – grité a la soledad del palacio y el piano enmudeció. Mis ojos la buscaron como quién busca agua en el desierto.
¿Aún no te has dado cuenta?
Era yo (ella) preguntándome a mí mismo; sentía que estaba cerca, más cerca que nunca.
-¿De qué me tengo que dar cuenta?
De que yo soy tú.
¿Por qué había dicho aquello?
- Eso es absurdo; tú no puedes ser yo: eres real.
Si tú eres real, yo soy real. Créete.
-Fedor te vio…
¿Quién es Fedor? – peguntó con un punto de sorna.
- Quién va a ser: ¡mi vecino!
¿Y dónde se encuentra ahora?
- No… no lo sé…
Claro que lo sabes, está dentro de ti, siempre lo estuvo. Si te concentras lo suficiente, le podrás ver surcando tu mar - su mar, mi mar - en un velero de diez metros de eslora, bajo el cielo azul, sin nubes. Bueno, en realidad hay una, pero casi no se la ve. ¿La ves tú? También hay una pareja de delfines a estribor, a cincuenta metros. Hace rato que le acompañan. La proa de la embarcación apunta al perfil sinuoso de una isla volcánica. Hacia allí nos dirigimos.
- Fedor es real, fue mi sombra, su mujer me odia…
No digo que sea irreal; digo que no es lo que parece; tampoco su mujer es lo que parece…
- ¡Cómo que no! Yo mismo la he visto…
¿Te refieres a tu vecina la del 4º, la soltera?
- ¿Soltera? ¿Cómo pretendes que crea…?
Yo no pretendo nada. Eres tú el que está lleno de pretensiones
-Si ambos, ¡qué digo!, si todos somos lo mismo, ¿qué diferencia hay entre tus pretensiones y las mías?
Las diferencias que puede haber en un mismo lugar que se ha transformado. Piensa en la ciudad.
Pero la ciudad es real, dime que ha cambiado y que todo no ha sido una ilusión.
Sólo te digo que tu sueño se ha hecho realidad de nuevo.
- Entonces ¿ha habido cambios?
Siempre los hay. El vacío no existe.
-Pongamos que creo todo lo que dices, ¿por qué, si formas parte de mi, no puedo volver a verte?
Porque se te acabo la inspiración que necesitabas para ello. Sólo tienes que ver que después de varias semanas buscándome apenas eres capaz de esbozarme vagamente, un hueco casi sin voz en tu alma… Estar siempre he estado dentro de ti. Somos un todo indivisible.
El piano empezó a sonar de nuevo. Chopin haciendo cosquillas a las teclas.
- No te vayas, necesito saber más…
Sobre la silla está el libro rojo. Ese libro ya existe en tu interior. Sólo lo señalo para que lo veas. Léelo detenidamente y busca las claves. Quizá por fin entiendas.


3. El libro de Juguete


El libro descansaba sobre la silla; sus tapas rojas resaltaban como el fuego, con el título en pan de oro: El Libro de Juguete. No era la primera vez que me cruzaba con él. Tampoco sería la última. Leí las primeras líneas con una sensación de Déjà vu que me llenó de emociones contradictorias, las líneas se repetían en mi cabeza como un eco interminable, enigmático, un juego de espejos en el que yo, quizá, no era más que un reflejo, o el reflejo de un reflejo, o el reflejo de un reflejo de un reflejo…
Salí del Palacio igual que otras veces, en idénticas circunstancias, consciente de estar repitiendo la misma historia, dando vueltas en círculo como el perro que persigue su cola, acompañado por las notas de Chopin, copos musicales que avivaban el viento indescifrable de mis dudas.
La incógnita del libro era un sendero que surgía en la noche y que llevaba directo, porque lo sé, porque está escrito, a los rincones más profundos de mi ser…
Sentado sobre mi banco, el de siempre, alumbrado por los copos, la luna y las estrellas, empecé a leer mi novela... en un viaje de dentro hacia fuera…

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