martes, 15 de noviembre de 2011

La noche estrellada de Van Gogh


Van Gogh pintó la Noche estrellada en el manicomio de Saint-Rémy.  En su habitación. Corría el mes de mayo de 1889.  Moriría al año siguiente: más de doscientas obras después. Sólo en sus últimos 69 días pintaría 79.  Intuyendo quizá su fin, quiso ampliar su legado a un mundo que sólo estaba dispuesto a reconocerle una vez muerto. Mientras tanto, encerrado en el manicomio, ajeno todavía a su desaparición, plasmaría en Noche estrellada la panorámica que ofrecía su ventana.  Desde ella, y durante el día, pintaría el cuadro recordando la noche. También imaginándola. Van Gogn tenía su propio mundo, su propia noche. De él sacaría el firmamento orgánico, arremolinado; las estrellas como frutos maduros a punto de rodar sobre los campos; la luna exuberante que parece un sol de plata anaranjada; o el sendero ancho, luminoso, que se extiende sobre las montañas como la eterna promesa que cubre los sueños de los hombre. Como siempre, sus pinceladas gruesas, rotundas, acentuaron las curvas, agitaron el firmamento memorizado encendiendo las espirales, sacando de su plano a unos astros que parecían querer escapar del cuadro.  La figura estilizada del árbol - hoguera oscura que prende sin luz, todo sobra - aporta, junto a la del campanario,  equilibrio al conjunto. Sobre la base del pueblo dormido de Saint-Rémy. Dormido como el resto de los pueblos, indiferentes a la enorme personalidad que los soñaba en sus cuadros desde la ventana del manicomio.     



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