viernes, 23 de septiembre de 2011

El alegre estallido de la Primera Guerra Mundial

En un lugar indeterminado de Europa… 


Las playas, las terrazas, los restaurantes, los cafés estaban repletos. Pero no era suficiente; nunca lo es: un trueno humano, sediento de tempestad, retumbaba en los corazones.  La Gran Guerra estalló bajo el cielo azul del verano de 1914. Las playas, las terrazas, los restaurantes, los cafés se vaciaron con el anuncio: ¡ES LA GUERRA!  Sonaron los tambores, replicaron los campanarios. Las personalidades se asomaron a los balcones con aire solemne, ambiente festivo, los cafés volvieron a llenarse hasta la madrugada.  Era la guerra pero aún se parecía demasiado a la paz, sólo que resultaba más emocionante, más intensa, curiosamente más viva. La multitud festejaba una masacre que no alcanzaba a imaginar. ¿Es que no se daban cuenta? ¡Los derechos humanos iban a ser abolidos!  20.000.000 millones de hombres serían movilizados; muchos, demasiados, marcharían a las trincheras creyendo que la razón está de su parte, que Dios estaba con ellos. 


Pero Dios, si existe, debía de estar mirando para otro lado, renegando por enésima vez de su obra. El caso es que reinaba cierto desorden que muchos confundieron con la libertad y la muerte parecía algo improbable. Cada vez se veían menos civiles por las calles. El ejército parecía abracarlo todo. ¿Alguien tenía miedo?  Qué va. ¿Por qué habría de tenerlo?

Pocos días después, en los otrora apacibles campos de Marne, caerían los primeros 500.000 hombres.  


Para muchos, ya no habría escapatoria...

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