miércoles, 25 de enero de 2012

El ejemplo imborrable de Iqbal Masih


La pesadilla arrancó en 1986. Iqbal pronto se encontraría sólo, profundamente sólo. Tenía cuatro años cuando sus padres lo vendieron por quince dólares a una fábrica de alfombras para pagar la boda de un hermano mayor; de un hermano con más suerte aunque tampoco tanta, porque éste, a su vez, también había sido vendido de pequeño y sólo, tras mucho trabajo, había conseguido comprar su libertad. La otra libertad, la de Iqbal, sin embargo, quedaba todavía muy lejos. El había sido descartado de su familia, como miles de niños en esa maltratada región del mundo: Pakistán, un microuniverso feudal de piel durísima e idearios tan opacos como inflamables.  El primer dueño de Iqbal, Shaukat , al verle tan flaco, fijó unas reglas muy duras: menor salario que a otros, sin límite de horario ni posibilidad de salir algún rato a estirar las piernas. Pocos meses después, Iqbal pasó a manos de Arshad.  Nuevas deudas contraídas por la familia enterraron más si cabe al niño en un telar sin conciencia.  El pequeño se levantaba a las cuatro de la mañana: tenía por delante quince horas ininterrumpidas de trabajo dedicadas a reproducir la antiquísima técnica de los tejedores persas. Trabajaba con la habilidad de un  autómata. Sumiso como todos. Con el tiempo, los intereses de la deuda se fueron incrementando, por lo que en la práctica, iban pasando los años sin dar tregua ni respiro al pobre Iqbal. Las durísimas condiciones que debió soportar afectaron a su crecimiento: a los doce años de edad tenía la estatura de un niño de seis.  Un buen día conoció a Ehsan Khan, un luchador contra el trabajo esclavo, fundador del Bhatta Mazdoor Mahaz (Frente de los trabajadores de ladrillos). Iqbal  aprendió de Ehsan Khan a “no tener miedo de denunciar la situación de los niños tejedores de alfombras. Y a partir de 1993 se convirtió en un líder infantil que denunciaba las condiciones laborales, los horarios y el régimen de esclavitud en el que viven aún los niños trabajadores en algunos telares de alfombras. Iqbal se empezó a hacer popular, y numerosas asociaciones humanitarias comenzaron a prestar oídos a una situación que contravenía los derechos infantiles y que el Gobierno de Pakistán había preferido ignorar hasta la fecha a pesar de los acuerdos internacionales suscritos. En 1992, Pakistán había firmado la Convención contra el trabajo infantil, poco después de que hubiera prohibido la esclavitud por deudas. Pero el trabajo infantil y los trabajos por deudas a pesar de todo se seguían practicando. A causa de sus denuncias y de su activismo, Iqbal era un personaje cada vez más incómodo para aquellas personas que se beneficiaban del trabajo infantil. A pesar del riesgo que adquiría a causa de su combatividad y creciente notoriedad, a pesar de las amenazas de muerte que recibió, siempre rechazó la escolta policial, incluso se negó a trasladarse a la capital o a un lugar más seguro. Prefirió quedarse entre los suyos. En 1994 Iqbal  ganó el "Premio Reebok a la juventud en acción", instituido para reconocer las actividades en pro de la infancia. Un premio otorgado por Reebok, una multinacional que paradójicamente estaba utilizado mano de obra infantil en sus fábricas de Pakistán (la concesión del premio coincidió con un reportaje de la cadena CBS en el que se denunciaba esta paradoja). Iqbal en alguna ocasión había dicho que quería llegar a ser abogado, para poder defender con más eficacia su causa. Pero un año más tarde, en 1995,  mientras iba en bicicleta, fue asesinado de un disparo. En el año 2000 se otorgó el "Premio de los Niños del Mundo" por primera vez. A título póstumo, se concedió a Iqbal Masih. “

No olvidemos su ejemplo imborrable.



El texto entrecomillado lo he extraído de www.amnistiacatalunya.org

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