lunes, 31 de octubre de 2011

El vacío, el huevo y la gallina


No es un secreto: en occidente aborrecemos el vacío. Valoramos las cosas, incluso los conceptos, en relación a su contenido. Salvo contadas excepciones, durante muchos siglos hemos asociado el vacío con algo prácticamente opuesto a lo real. Los orientales, sin embargo, no tardaron en comprender la realidad profunda y misteriosa que escondía; para ellos, el vacío siempre fue, siempre es. La invención del cero - en la India - difundió el concepto de ausencia de cantidad. Dicho de otro modo: puso de manifiesto  la realidad de la ausencia; la realidad del vacío. La aversión hacia el vacío tiene mucho que ver  con nuestra idea de la muerte. Incluso hoy en día necesitamos eliminarlo, llenarlo, obviarlo. Para el oriental la percepción del vacío es completamente diferente. El concepto de meditación lo pone de relieve.

Lo entendamos o no, el vacío forma parte indiscutible, inherente y fundamental del mundo que nos rodea. En el átomo y los astros encontramos buenos ejemplos.

El vacío de los pequeño.

¿Qué es entonces la realidad? La profunda ilusión del vacío. Si hiciésemos crecer un libro hasta que alcanzase el tamaño de la tierra, podríamos ver a sus átomos del tamaño de mandarinas. Sin embargo, si pudiéramos coger uno de ellos (una de las mandarinas) seríamos incapaces de observar su núcleo, incluso recurriendo a un microscopio. Tan pequeño seguiría siendo su tamaño. Para poder verlo, tendríamos que hacer crecer nuestra mandarina hasta que alcanzase 600 metros de altura;  el núcleo sería entonces del tamaño de una mota de polvo. Pues bien: entre ese minúsculo núcleo y la cara externa del átomo (en donde orbitan los electrones; siguiendo el ejemplo: la piel de la mandarina) todo es vacío.

Nuestro vacío 


Si pudiésemos aumentar aquí, en Madrid, el tamaño de uno de mis protones, haciendo que fuese como la cabeza de un alfiler, para buscar los electrones que orbitan a su alrededor, habría que ir a Francia y Marruecos. Entre medias sólo habría vacío. Por esta razón, si los átomos de mi cuerpo se juntaran hasta tocarse, si sus componentes comprimidos, libres de vacío, sería tan pequeño que no se me vería. Literalmente: desaparecería pues a duras penas alcanzaría unas milésimas de milímetro.

Estamos compuesto, pues, de enormes cantidades de vacío. La materia es una ilusión. Bajo ella reina la energía. Ella es la que da la sensación de consistencia, de materia abundante.  

El vacío de lo grande



Existen misteriosas correlaciones entre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Por ejemplo, en el vacío de que está compuesto el universo; en las enormes distancias entre planetas, estrellas y galaxias. Se trata de un vacío de proporciones inabarcables, equivalente al que reina en el átomo.

Conclusión


Nuestra mentalidad es incapaz de concebir que de la nada pueda surgir algo. Preguntas como “¿quién nació primero: el huevo o la gallina?” ponen de relieve los axiomas con los que convivimos, rechazando el papel que el vacío cumple en la naturaleza, en el universo. Aunque no lo veamos, - igual que no veíamos que la tierra era redonda - casi todo es vacío. Nosotros, con nuestro esfuerzo, sólo somos capaces de  llenar reducidas parcelas del vacío que nos rodea. Con eso creemos tener suficiente. Lo hacemos con nuestras obras y pensamientos. 

¿Qué es el pasado? El vacío que fue y que, de alguna manera, sigue siendo.  ¿Qué es el futuro? El vacío que será y que, de alguna manera, ya es. Vivimos en el vacío. Si hay algo excepcional en el universo, esa es la materia: un velo de sutil consistencia, una abstracción rodeada de la nada.

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