lunes, 3 de octubre de 2011

El progreso sin alma


La lucha contra el mal en la que se debate el ser humano parece no tener fin. Tras el apogeo de conflictos, tensiones y destrucción de que hizo gala el siglo XX, en lugar de progresar de forma simétrica, respetando la pluralidad de intereses, el olvido, la indiferencia y el desconocimiento permiten que la historia se repita sin que haya siquiera resistencia. Total: tenemos cosas más importantes en las que pensar. Sin embargo, hay factores externos, más o menos abstractos, que nos condicionan profundamente.  La realidad va mucho más allá de nuestro ámbito diario y transciende fronteras. Así, mientras rechazamos la inmigración “pobre”, no tenemos ningún problema en aceptar que nuestras empresas desembarquen en los países de origen de estos individuos, sin preocuparnos demasiado en cómo lo hacen. Tenemos que entender que nuestro día a día está repleto de hilos que nos conectan con las fábricas de China, con talleres de Marruecos, con el software de EEUU., el petróleo de Oriente Medio, etc... De alguna manera, llevamos una vida de apariencia global.  Esto forma parte del progreso, nos dicen. Pero ¿qué es el  progreso? ¿Sólo se trata de un acceso ininterrumpido a lo material? Entiendo que no. El verdadero progreso comienza en nuestro interior, en la superación de la razón sobre la fuerza, de la generosidad frente a la codicia. 




Pero esto poco tiene que ver con el progreso superficial que disfrutamos. El Monopoly financiero ahora está jugando con las materias primas. ¿Adónde nos está llevando esto? Y que  el consumismo no nos oculte su propio fracaso. En este todos contra todos, la cosas que dan sentido a la vida quedan en segundo plano. La impunidad financiera, los paraísos fiscales,  la venta de armas, las dictaduras mantenidas, el expolio ecológico, etc…  están ahí. Todo el mundo lo sabe. ¿Por qué seguimos entonces mirando para otro lado? Nuestra realidad también forma parte de esto. Si hay algo positivo de cualquier crisis es que, durante un tiempo, la realidad se presenta más diáfana, más concreta, más directa,  sin las interferencias de la sobrealimentación política y mediática en la que estamos atrapados; sin el consumismo  en la que volcamos buena parte de nuestros anhelos, flotando sin dirección. Durante ese tiempo de clarividencia comprendemos que  una sociedad sin imaginación, está muerta; en una sociedad sin ideas, sin emociones verdaderas, el poder disfruta de un alto nivel de impunidad. Porque ¿cuántos banqueros han sido castigados por arruinar la vida de tantos millones?  Para el ciudadano de pie – o sea, para la víctima en potencia - los mercados parecen dioses inalcanzables, situados sobre las naciones, sin un ápice de solidaridad. Y como Dioses, son temidos. Sabemos que, de ser algo, son crueles. Muchos nos quieren hacer creer que representan la libertad. ¿De qué tipo de libertad están hablando? ¿El de la codicia? Como dije antes, la libertad es una clase de belleza muy especial, de creación positiva, en un contexto adecuado para la búsqueda interior. La libertad de enriquecerse es la esclavitud de empobrecer al otro, y la libertad, para llamarse tal, no puede entrar en semejantes contradicciones.  Debe de ser plena. Pero en los tiempos que corren, nos han transformado en eternos espectadores y casi nunca buscamos en nuestro interior. ¿Para qué si las estanterías de los Centros Comerciales están repletas? ¿Para qué si hay más de 100 canales de  televisión?  No quieren escuchar nuestras voces. Ni siquiera nosotros las escuchamos. La lucha contra el mal empieza precisamente con nuestra independencia: de opinión; de acción, de pensamiento. La independencia es libertad. La libertad es una forma de belleza. La belleza no tiene nada que ver con los excesos, la codicia y la indiferencia. Nada.


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