miércoles, 12 de octubre de 2011

La catedral de Monet

Monet se enamoró de las piedras. Durante dos años trató de alcanzar sus secretos, de fundirse con ellas. Para ello alquiló un piso en Rouen, al lado de su amada catedral. Desde la ventana, en los alrededores, retrató la enorme figura gótica cuarenta veces. Buscaba los efectos ópticos que la luz natural - en distintos momentos del día, del año - producían en la fachada, sin centrarse en los detalles casuales, tratando de captar la esencia del momento, de cada instante, para lo cual pintaba con prisa, como un amante preso de la pasión. Las pinceladas son, por este motivo, besos gruesos, visibles; y los cuadros, enigmáticos fragmentos que no revelan el conjunto, que no tratan de hacerlo, sino más bien una suerte de misterio medieval, cambiante, del que Monet estaba hechizado. 








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